Tras el desencadenamiento del primer conflicto de alta intensidad en el subcontinente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, una de las principales conclusiones estratégicas ha sido la incapacidad fundamental de la industria mundial de defensa para satisfacer el nivel necesario de producción de municiones de todo tipo. La escasez de municiones plantea dudas sobre la capacidad de mantener una guerra de alta intensidad con el fin de compensar la creciente demanda de equipos o municiones de repuesto, un reto que tanto Rusia como Ucrania han luchado por superar durante el último año.
Estimaciones recientes indican que las fuerzas rusas están disparando más de 20.000 proyectiles de artillería al día, mientras que las ucranianas alrededor de un tercio de esa cifra, entre 6.000 y 7.000 al día a finales de febrero de 2023. Para los aliados militares de Ucrania en Occidente, el suministro continuado de municiones y otras ayudas militares para compensar la desventaja material de Ucrania no ha hecho más que poner de manifiesto los flagrantes defectos de sus propios complejos industriales de defensa. Los países más pequeños están teniendo que aumentar sus presupuestos de defensa para reponer los arsenales de antes de la guerra, mientras que incluso la industria de defensa estadounidense está teniendo que reevaluar su capacidad para mantener los niveles de producción en tiempo de guerra en una amplia gama de sistemas y plataformas de armamento.
Las divergencias históricas en las prioridades de aprovisionamiento y gasto en defensa han supuesto diferentes retos y limitaciones para las distintas naciones implicadas en este conflicto: las fuerzas rusas se han enfrentado a una falta recurrente de municiones guiadas de precisión (MGP) a lo largo del conflicto, mientras que la industria de defensa ucraniana de posguerra ha tenido grandes dificultades para cubrir casi todas las necesidades de material una vez agotados los arsenales de la Guerra Fría.
Para los rusos, este problema se derivaba de la falta de inversión tanto en infraestructuras nacionales como en experiencia industrial, por lo que las empresas rusas dependían en gran medida de proveedores occidentales y extranjeros para adquirir subcomponentes críticos como semiconductores, módulos de navegación INS/GNSS y otros microelectrónicos.
Imitando la estrategia estadounidense durante las Guerras del Golfo, las fuerzas rusas gastaron una parte significativa de sus reservas de MGP en los intentos de ataque de «decapitación» en febrero de 2022, pero una vez que la ofensiva principal se estancó y las naciones occidentales comenzaron a aplicar sanciones comerciales, su industria de defensa quedó prácticamente incapacitada para producir MGPs, y mucho menos para mantener altos índices de producción en tiempos de guerra. Los intentos de compensar este problema mediante la reconversión de otros sistemas de armamento (por ejemplo, empleando misiles antibuque para funciones de ataque terrestre) y recurriendo a importantes arsenales de munición convencional de la Guerra Fría también han resultado inadecuados, ya que la falta de un mantenimiento, reparación y revisión (MRO) constantes, agravada por la corrupción rampante, ha hecho que gran parte de esa munición sea insegura o no apta para su uso.
Los fracasos rusos en Ucrania ponen de relieve los importantes riesgos estratégicos y financieros en los que incurren las naciones que no desarrollan la experiencia y la capacidad de la industria, ya que el Gobierno ruso se ve ahora obligado a abastecerse de municiones y todo tipo de equipos de defensa de estados aliados como Irán, Corea del Norte y posiblemente incluso China.
Fte. Aerospace Technology