El carácter marítimo de la guerra ruso-ucraniana

La reciente oleada de ataques rusos contra Odesa y sus puertos circundantes demuestra una vez más los fundamentos marítimos de la guerra de Ucrania, y refuerza de nuevo la necesidad de considerar transferencias de material más rápidas. También representa una gran oportunidad para que la OTAN considere la reimposición de los límites de disuasión y escalada.

Estados Unidos debería aprovechar esta oportunidad y acelerar los despliegues militares en la región del Mar Negro, trabajando conjuntamente con Rumanía para proporcionar una burbuja defensiva al espacio aéreo y marítimo rumano y adyacente.

Tras casi 18 meses de guerra, Rusia y Ucrania siguen enzarzadas en combate. Ucrania ha pasado a la ofensiva, librando una campaña antilogística a largo plazo con la intención de acabar perforando las defensas rusas en el sur y el este de Ucrania. Rusia, por su parte, está contraatacando con fuerza, a la vez que aprovecha la mejora de sus fortificaciones para frenar los avances ucranianos y envía fuerzas lo más al frente posible para impedir un avance ucraniano. Ambas partes buscan la ventaja relativa en el Este. Pero el Sur sigue siendo el eje decisivo. Rusia espera presionar a Ucrania cerca de Svatove, para dividir su atención entre los ejes y, lo que es más importante, para impedir un zarpazo ucraniano en el Noreste. La línea que defiende Svatove carece de puntos de repliegue naturales si se rompe, lo que significa que Rusia corre un grave riesgo si Ucrania asesta allí un golpe contundente.

Lo anterior no indica ni un punto muerto ni una ofensiva concluida, sino más bien una batalla intensa y brutal entre adversarios igualados. Ucrania es consciente de que sólo tiene una oportunidad de lograr un avance realmente decisivo y se ha mostrado conservadora a la hora de comprometer fuerzas a gran escala porque sabe que un fracaso operativo la hará vulnerable a principios de la primavera de 2024.

Por lo tanto, Ucrania ha recurrido al método del ataque profundo, que tuvo éxito en el Donbass, en los alrededores de Kharkiv y en la provincia de Kherson, pero que tarda en dar frutos y apenas permite obtener ganancias territoriales hasta que el enemigo está lo suficientemente degradado. En algún momento, la ofensiva ucraniana culminará, fruto del desgaste material de meses de combate. Pero quedan por delante semanas, más probablemente meses, de duros combates, sobre todo porque Ucrania sigue recibiendo material fresco de Occidente. Con el nuevo anuncio de transferencias de municiones de racimo, Ucrania dispone ahora de una enorme reserva de proyectiles de artillería a la que recurrir. Mientras, Rusia pierde cada día el equipamiento de un batallón de armas conjuntas.

Una vez más, lo anterior no implica ninguna garantía de victoria. Más bien, la realidad es que Ucrania aún tiene tiempo para lograr un avance estratégicamente significativo y que, a pesar de los inevitables daños sufridos en combate, conserva los medios para lograrlo con la adecuada planificación y secuenciación, y la suficiente habilidad operativa.

Sin embargo, los medios de comunicación occidentales han vuelto a adoptar una narrativa derrotista, como la del verano de 2022, en la que se considera imposible un éxito ucraniano. Este es el derrotismo que Rusia trata de explotar con sus ataques a los puertos ucranianos.

El Kremlin entiende que debe librar una guerra de varios años para lograr sus dos objetivos, la conquista de Ucrania y la destrucción del sistema de seguridad europeo respaldado por Estados Unidos. La invasión de Rusia en febrero de 2022 no estaba destinada a ser la gran confrontación final con la OTAN que demostraría la “pièce de résistance” de Putin, sino más bien un “coup de main” que resucitó el Imperio ruso en el lapso de unos pocos meses.

Sin embargo, Rusia ha ajustado su estrategia. Pretende mantener su influencia en África y Oriente Próximo, eludir las sanciones occidentales y destruir el mercado mundial de materias primas, todo ello para crear una confluencia de presiones sobre las distintas potencias occidentales que incentiven las negociaciones. Esto explica la presencia del Grupo Wagner en África, presencia que ha continuado a pesar del golpe abortado de Prigozhin, la posición continuada de Rusia en Siria y la ofensiva diplomática rusa en toda África y Oriente Medio.

La estrategia rusa aún no ha funcionado. Ningún miembro de la coalición proucraniana ha roto filas en cuanto a ninguna cuestión fundamental. Pero existen evidentes divisiones a largo plazo entre Europa y Estados Unidos, y dentro de Europa, sobre el futuro de Ucrania, en particular sobre la pertenencia a la OTAN, que saltó a la luz pública en Vilna. Mientras, una serie creciente de filtraciones distancian a Estados Unidos de la ofensiva ucraniana, estableciendo las condiciones para que Estados Unidos siga una vía diplomática independiente si así lo decide. No importa que Rusia no tenga ninguna intención de resolver realmente esta guerra: sigue buscando la conquista y la dominación y utilizará cualquier alto el fuego para rearmarse y separar a Ucrania de Occidente.

Esto demuestra la lamentable situación actual. Rusia está ahora inmersa en una lucha más amplia por el futuro de Europa. Busca avivar las divisiones políticas dentro del bando occidental y conseguir que una gran potencia rompa filas, lo que le permitiría presionar a Ucrania mientras Occidente se devora a sí mismo en un ciclo de recriminaciones.

Esto explica los recientes ataques de Rusia a las exportaciones ucranianas de alimentos, entre ellos a Odesa y, lo que es más alarmante, a Reni, una pequeña ciudad ucraniana a orillas del Danubio, a sólo 190 metros de Rumanía. Rusia se ha retirado del Black Sea Grain Agreement y ha vuelto a atacar la infraestructura cerealista ucraniana para socavar las materias primas mundiales, desencadenar otra crisis alimentaria más adelante este año y aumentar la presión que el grano ucraniano ha generado sobre los agricultores europeos. Rusia sólo puede actuar de este modo porque conserva una importante profundidad estratégica marítima. La Flota rusa del Mar Negro está prácticamente intacta, aparte del Moskva, lo que permite a Rusia continuar su campaña de ataques estratégicos y cortar las exportaciones ucranianas.

El ataque a Reni demuestra, a su vez, la indiferencia de Rusia ante la posibilidad de que la OTAN contrarreste la escalada. Atacar objetivos a sólo unos metros de Rumanía indica que Rusia descarta por completo la posibilidad de cualquier reacción de la OTAN, incluso si un arma alcanza el territorio de un miembro de la OTAN.

Esta perniciosa línea roja casi ha evaporado la disuasión occidental al tiempo que Occidente reduce sus propias opciones. La Alianza Atlántica tiene intereses fundamentales que van mucho más allá de la mera seguridad territorial de sus miembros: la seguridad territorial es mucho más costosa en ausencia de una estrategia racional que incluya otros factores.  La independencia de Ucrania del dominio ruso es uno de esos factores adicionales, al igual que el control ucraniano sobre Crimea. Ambos apuntan a una realidad básica, que la OTAN tiene gran interés en romper el control de Rusia sobre el Mar Negro. Hacerlo impediría a Rusia llevar a cabo sus actuales acciones disruptivas, reduciría gravemente la influencia rusa sobre el Cáucaso y Turquía e impediría a Rusia llevar a cabo una campaña coherente en Ucrania a un coste que no fuera extremadamente alto.

Por eso la política norteamericana debería incluir una serie de misiles antibuque expeditivos, que pudieran lanzarse desde baterías en tierra o desde una flota de embarcaciones de ataque rápido, capaces de explorar e interrumpir las operaciones navales rusas. Combinado con la fuerza cada vez mayor de drones aéreos y navales de Ucrania, incluso una fuerza relativamente moderada de armas antibuque puede tener un impacto significativo en las operaciones marítimas rusas. El objetivo debería ser crear un corredor que permita la exportación ucraniana y que, como mínimo, haga extremadamente arriesgado cualquier ataque ruso contra él.

Pero restablecer la disuasión exige ir mucho más lejos que la simple transferencia de armas. Occidente debe demostrar su voluntad de erosionar las líneas rojas del mismo modo que lo ha hecho Rusia.  Porque si Rusia es el único actor que modifica el marco de la escalada, entonces adquiere el poder de dictar su alcance y ritmo, algo que ha podido hacer a lo largo de esta guerra.

Existen dos opciones. La primera, una operación de escolta al estilo de la OTAN obligaría a Rusia a considerar cuidadosamente su posición, pues situaría a los barcos occidentales entre Rusia y el grano ucraniano sin participar en ninguna operación militar. Rusia nunca ha escalado cuando se le ha presentado una respuesta inequívoca de la OTAN y es improbable que lo haga ahora. En segundo lugar, y de forma más agresiva, Occidente debería considerar seriamente la transferencia no confirmada de nuevas defensas aéreas a Rumanía, idealmente empleando nuevas tecnologías contra drones, que puedan interceptar futuras oleadas de Shahed.

La ventaja del despliegue occidental de defensa antimisiles en Rumanía reside en su potencial capacidad de negación. No hay razón para esperar que Ucrania no reciba armas que emplea cualquier otro país de la OTAN, o que no defienda sus puertos del Mar Negro y del Danubio para preservar su capacidad de exportación. Por tanto, Moscú volvería a poner el grito en el cielo por la participación militar de la OTAN, pero sería incapaz de hacer nada al respecto. Rusia ha permitido que las armas estadounidenses y occidentales llegaran a Ucrania durante toda la guerra. No ha mostrado ningún deseo de atacar abiertamente el territorio de la OTAN, lo que desencadenaría una respuesta.

Fte. Real Clear Defense (Seth Cropsey)

Seth Cropsey es fundador y Presidente del Yorktown Institute. Sirvió como oficial naval y como subsecretario adjunto de la Marina y es autor de Mayday and Seablindness.