Reflexiones sobre el futuro de la ingeniería militar

Poco después de la creación del Real Colegio de Artillería en 1764, se constató la necesidad de contar con algunos artilleros expertos en materias como la metalurgia o la balística. Para lograrlo, en 1775 se establecen unos cursos de “posgrado” denominados “Estudios Sublimes”, que podrían cursar los oficiales más sobresalientes de cada promoción, cuatro a lo sumo, ampliando su formación durante dos años, uno en el propio Real Colegio y otro en Madrid.

A finales del Siglo XVIII la creciente especialización de algunos oficiales de Artillería aconseja la creación de una escala diferenciada: la facultativa. Se intensifican y regulan los estudios sublimes que se amplían hasta una duración de cuatro años, a cursar en facultades de Químicas y escuelas de Minas de Madrid y Almadén. Se desea profundizar en el dominio de la balística, para cuyo estudio se destaca al extranjero, en su mayoría a Francia, a algunos oficiales.

A mediados del XIX se produce un hecho significativo en lo que se refiere a la consolidación de los estudios técnicos en el seno de la Artillería y su papel impulsor en la industria civil nacional. El cambio llega de la mano del general artillero Francisco de Luján quien, tras completar los Estudios Sublimes en París y Lieja y haber sido alumno fundidor en Sevilla, fue Ministro de Fomento y Consejero de Estado. Desde este puesto impulsó y reguló la titulación de Ingeniero Industrial creando el primer plan de estudios a partir del modelo del Seminario de Nobles de Vergara para la Escuela Central de Ingenieros Industriales de Madrid, que ya funcionaba desde 1845 y que tuvo que cerrar por motivos presupuestarios en 1867, reabriendo en 1901. Esta misma idea la traslada al general Azpiroz, Inspector del Cuerpo de Artillería, promoviendo la creación de un título diferenciado para los artilleros que se hubiesen especializado en los estudios técnicos. Así, en 1866 se regula el título y plan de formación de los Ingenieros Industriales de Artillería.

La duración de la carrera era de dos años con especial énfasis en el dibujo, la geometría descriptiva, la mecánica, la física y la balística, así como las técnicas de fabricación. En esta primera época de los Ingenieros Industriales de Artillería salieron cinco promociones; en total diecinueve tenientes. Su titulación tenía los mismos efectos que la equivalente de los ingenieros industriales de las escuelas civiles, aunque sus poseedores podían ocupar puestos en las unidades artilleras.

En 1873 se disuelve el Cuerpo de Artillería, que se refunda tres años más tarde. Tras la disolución, se mantienen los estudios de Ingeniería Industrial de Artillería, pero desaparecen los Estudios Sublimes. La creación de la Academia General Militar, primero en Toledo (1889) y después en Zaragoza (1927), lleva aparejada la reforma de la enseñanza militar, cuyo resultado fue la desaparición de los Cuerpos de Artillería e Ingenieros, pasando a llamarse “Armas”; la Artillería pierde definitivamente la capacidad de formar y emitir títulos de Ingeniero Industrial de Artillería.

Tras la Guerra Civil española, se crea el Cuerpo Técnico del Ejército y la Escuela Politécnica del Ejército. El plan de estudios se estructura en dos ramas fundamentales: Armamento y Material, heredera de los Ingenieros Industriales de Artillería, y Construcción y Electricidad, cuyo precursor es el Cuerpo Facultativo de Ingenieros. Los estudios se estructuraban en ocho diplomas (cinco de Armamento, tres de Construcción), siendo la duración máxima para la obtención de cada diploma tres años. La superación de tres diplomas daba derecho a la obtención del título de ingeniero en una de las especialidades. Algunos oficiales cursaban algunos diplomas como cursos de especialización, sin abandonar su Arma de origen. Pertenecer al Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción (CIAC, CITAC en la escala de Ingenieros Técnicos, CAIAAC, en el de los Auxiliares) estaba incentivado con hasta el 50 % del sueldo base, algo que no tardaría en perderse.

El primer Inspector del CIAC fue el general Juan Izquierdo Groselles, Ingeniero Industrial de Artillería. A principios de los cincuenta se cambia el plan de estudios y se crea la “carrera bloque”, con una duración de cinco años. Para la incorporación de miembros de las escalas profesionales de los ejércitos se implantan dos cursos preparatorios o puente. Es destacable la contribución del general Fernández Ladreda a la creación del nuevo Cuerpo, que hoy cuenta con ochenta años de vida.

Como se ha podido comprobar tras lo expuesto, las vicisitudes de los ingenieros militares han sufrido cambios a lo largo de su historia que, en ocasiones, son difíciles de explicar. Pero los cambios no cesan; los acuerdos de Bolonia vienen a modificar nuevamente las condiciones de contorno de las titulaciones. De conformidad con lo establecido en el artículo 24 del Real Decreto 967/2014, de 21 de noviembre, se determina que el título oficial de Ingeniero de Armamento y Material impartido y expedido por la Escuela Politécnica Superior del Ministerio de Defensa se corresponde con el nivel 3 (Máster) del Marco Español de Cualificaciones para la Educación Superior. Es lo último, pero no lo definitivo, pues está en la mente de los responsables del Ministerio de Defensa la creación de la Universidad de la Defensa, un modelo que funciona hace décadas en países de nuestro entorno como Alemania, Reino Unido o Francia.

La idea es agrupar bajo un mismo rectorado los actuales Centros Universitarios de la Defensa (Zaragoza, Pontevedra, Murcia), la Escuela Central de la Defensa (cuerpos Jurídico, de Intervención, Intendencia, Sanidad) y las diferentes Escuelas Técnicas: Politécnica de Tierra, Armas Navales de Armada y Aeronáuticos; su creación responde a la necesidad de racionalizar la enseñanza militar y reducir costes a partir de las sinergias que pueden darse en materias comunes entre los distintos itinerarios formativos. Y en ese camino de racionalización y concentración de los esfuerzos cabría pensar en un Cuerpo Común de Ingenieros de la Defensa que proporcione servicios de ingeniería antes que ingenieros especialistas, pues es un hecho irrefutable que los modernos sistemas de armas precisan equipos multidisciplinares para su definición, adquisición, empleo y apoyo al ciclo de vida.

Cuando España no contaba con un tejido industrial suficiente, circunstancia agravada por el aislamiento internacional tras la Guerra Civil, se hizo necesario generar fábricas y centros que asegurasen cierto nivel de autosuficiencia. Con el tiempo, esta situación fue cambiando y comenzó la privatización de la industria militar gestionada por el CIAC, lo que supuso un cambio de misiones y cometidos de los hoy Ingenieros Politécnicos, abandonando las instalaciones heredadas en muchos casos del Cuerpo Facultativo de Artillería, y volcando su actividad en labores más burocráticas en el campo de la adquisición, la inspección y la regulación industrial, donde convive con los cuerpos generales.

Desde la creación del Ministerio de Defensa, la carencia de ingenieros se ha intentado paliar con la contratación de consultorías externas que complementan -y en ocasiones sustituyen- a los cuerpos de ingenieros militares. Lo mismo ha ocurrido en los Centros Técnicos, hoy integrados en el INTA, donde la presencia de la ingeniería militar está empezando a ser testimonial. Este proceso evolutivo se ha traducido en una descapitalización tecnológica del propio Ministerio y de los Ejércitos y Armada que ha puesto en manos de terceros el futuro tecnológico de la Defensa, con los riesgos estratégicos que ello conlleva.

En el mundo industrial de hoy, en el que muy pocos ingenieros trabajan ya a nivel componente, se abren paso con fuerza una serie de metodologías de gestión tales como la Dirección de Proyectos y la Ingeniería de Sistemas, campos del saber que apenas se tratan en los planes de formación y perfeccionamiento del personal militar. Sin embargo, lo específico de las materias de la ingeniería de armamento avalan un futuro prometedor para sus titulados, pues materias como la balística (interior, intermedia, exterior y de efectos), la guerra electrónica, los sistemas de información y comunicaciones desplegables, las municiones, los misiles, las pólvoras y explosivos, la amenaza nuclear, química y biológica, así como el apoyo a unidades de emergencias sustancian una especialización necesaria para las Fuerzas Armadas e imprescindible para satisfacer las demandas de la sociedad actual.

La creciente complejidad de los sistemas de armas necesarios para mantener la capacidad de disuasión y poder cumplir con garantías las misiones que el gobierno asigna a las Fuerzas Armadas no ha sido abordada con las metodologías, esfuerzos económicos y visión estratégica que sí tienen los países de nuestro entorno. Basta con repasar algunos hechos industriales acaecidos en España en los últimos 75 años; pondré algunos ejemplos:

– Un centro de referencia en la I + D + i como fue el Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales (CETME) desapareció sin que ningún otro organismo se hiciera cargo de sus líneas de trabajo. Lo mismo ocurrió con otro caso de éxito, la Junta para la Investigación y Desarrollo de Cohetes (JIDC).

– A finales del Siglo XX se cierran las fábricas nacionales de Toledo y Valladolid. Posteriormente, las de Oviedo, La Coruña y Ollávarre, esta última de EXPAL.

– La capacidad de fabricación de munición de armas ligeras se mantiene en Palencia gracias al capital noruego (NAMMO) y la de pólvoras (en Murcia desde 1803) por las inversiones de la multinacional MAXAM.

– La fábrica de municiones de Trubia fue transferida a EXPAL, aunque apenas ha entrado en producción. El mismo destino puede tener el taller de cañones de la misma fábrica.

– La Fábrica Nacional de Granada (El Fargue) ha sido cedida a la eslovaca MSM.

– En su número de diciembre de 2019, la revista “Defensa” publicó un demoledor artículo sobre los grandes fracasos en las adquisiciones de los sistemas de armas en España; se cita el S80, pero no es un caso aislado: los retrasos del A400M, el 8×8 Dragón, el Castor, los problemas del Pizarro Fase II o de las nuevas fragatas F-110, así como numerosos ejemplos menores parecen indicar que algo ocurre con la ingeniería militar… y no es bueno.

Me gustaría proponer desde estas líneas algunas soluciones a los problemas españoles en la adquisición y sostenimiento de sus sistemas de armas; no es sólo dinero. Hay más. Entre otras, la reducción del número de ingenieros presentes en los órganos de decisión y ejecución, su distribución en ellos de forma atomizada y compartimentada, lo que impide alcanzar la mínima “masa crítica de técnicos y metodólogos” necesaria para abordar sistemas complejos y ciclos de vida con huellas logísticas brutales.

Ante las carencias de técnicos especializados en el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas, me voy a permitir proponer una serie de actuaciones factibles y que en el medio y largo plazo pueden dar resultados positivos:

1. Creación por Ley de un Cuerpo de Ingenieros de la Defensa, con una formación común troncal (en la misma Escuela) de un año lectivo y uno de especialización de acuerdo con las siguientes ramas con nivel de máster. Para obtener el título sería necesario superar dos de los siguientes “diplomas”:

i) Plataformas y sistemas terrestres

ii) Plataformas y sistemas aeroespaciales

iii) Plataformas y sistemas navales

iv) Sistemas Información, Telecomunicaciones, Ciberseguridad y Guerra Electrónica.

v) Armamento, Municiones y NBQr

vi) Construcción e Infraestructuras

vii) Logística

viii) Dirección de Programas y Proyectos e Ingeniería de Sistemas

2. Creación de una Dirección General de Ingeniería, dependiente de la Secretaría de Estado bajo la dirección de un Ingeniero de nivel Teniente General (modelo italiano, entre otros). Se concentrarían aquí las capacidades de ingeniería de mayor nivel, incluyendo la autoridad en cuanto a normativa técnica.

3. Creación de una Dirección de Ingeniería (modelo adoptado ya por el Ejército del Aire y la Armada) en cada uno de los Cuarteles Generales y una Unidad de Ingeniería de nivel Subdirección en la Unidad Militar de Emergencias.

4. Unificación e integración de escalas, promoviendo a los empleos superiores a aquellos ingenieros con la titulación adecuada además de experiencia y potencial acreditado.

5. Potenciación de los destinos más técnicos en los primeros empleos, incluso en empresas privadas del sector.

6. Recuperación de los estudios de alta especialización en universidades extranjeras.

7. Recuperación de una escala específica de oficiales y suboficiales con los niveles de Formación Profesional que se determinen capaces de complementar las labores del Cuerpo de Ingenieros de la Defensa en los destinos en que sea necesario.

Soy consciente de que mi propuesta puede resultar revolucionaría y utópica, pero como bien dice el refranero español, “a grandes males, grandes remedios”. Creo que ha llegado el momento de abordar la cuestión de la ingeniería militar con valentía y amplitud de miras para asegurar el futuro en un mundo cada vez más interconectado, complejo y cambiante. Si empezamos hoy, obtendremos los primeros retornos hacia 2035 y las capacidades “de crucero” hacia 2050. Para ello cada promoción debe estar formada por, al menos, 80 miembros, de manera que el Cuerpo de Ingenieros cuente con unos 2100 miembros en activo dentro de 30 años. Un nivel de ambición más bajo no resolverá el problema actual.

G. División (R) Manfredo Monforte Moreno
Dr. Ingeniero de Armamento. Capitán de Artillería (267/XXXIV)
De la Academia de Ciencias y Artes Militares

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