Más coordinación y menos competición geopolítica para combatir el COVID-19

La forma en la que los estados están afrontando y gestionando la crisis del coronavirus ha sido, hasta el momento, muy diferente y se ha desarrollado en distintas velocidades. La desconfianza y las tensiones geopolíticas han impedido, además, la colaboración entre las distintas potencias a la hora de acometer respuestas inmediatas a la pandemia y generar recursos para combatirla. Gracias a la iniciativa y la creatividad de empresas, instituciones y particulares se han solventado muchos de los problemas de abastecimiento y logística, con el desarrollo de tecnologías basadas en los algoritmos y la inteligencia artificial.

Las  actuales  dificultades  logísticas  en  la  disponibilidad  y  distribución  de ayudas  ante  la  pandemia  (material  médico,  tests,  material  profiláctico, etc),  ¿podrían  resolverse  mejor  en  el  futuro  gracias  a  algoritmos  y robots?

En primer lugar, me gustaría destacar la agilidad con la que la sociedad civil ha reaccionado  al  desafío  logístico.  Desde  empresas  a  ciudadanos  particulares, multitud   de   personas   han   tomado   la   iniciativa   en   el   diseño,   rediseño, producción   y   distribución   de   material   sanitario   en   la   medida   en   que   la legislación  y  la  disponibilidad  de  documentación  y  materias  primas  lo  han hecho posible.

Eso  demuestra  la  capacidad  de  la  tecnología  para  ayudar  también  en  este campo.  No  tenemos  que  irnos  al  futuro  para  ver  su  potencial,  sino  buscar  los ejemplos que se están dando ahora mismo. De hecho, uno de los primeros -sino  el  primer- anuncio  de  que  se  estaba  gestando  una  pandemia  vino  de  un algoritmo  en  Estados  Unidos.  Mientras  que  estos  sistemas  están  muy  bien dotados para  hacer  prospectiva  y  adelantarnos  a  las  pandemias,  lo  que  ahora es  necesario  es  una  eficaz  gestión  de  los  numerosísimos  datos  que  se  van recopilando.

El  problema  de  la  utilización  de  algoritmos  y  robots  no  es  tecnológico  sino organizacional.  Y  no  es  un  problema  que  afecte  solamente  a  la  actual  crisis, sino al concepto completo de lo que supone la transformación digital. Digitalizar un proceso no es pasar a formato .pdf lo que antes se hacía a mano o con una máquina  de  escribir.  La  digitalización  supone  comprender  la  dinámica  de  la gestión en red, algo para lo que las estructuras tradicionales están pobremente dotadas.

No  es  factible  la  utilización  de  algoritmos  o  de  la  ciencia  de  datos  si  no  se dispone, para empezar, de dichos datos de partida. Volveremos sobre el tema en  la  siguiente  pregunta,  pero  por  ahora,  lo  relevante  es  que  la  estructura  en silos  que  tienen  muchas  empresas  y  administraciones  impide  la  utilización eficaz  de  los  datos  y  los  recursos  en  general.  Para  aplicar  sistemas  de aprendizaje automático o de ayuda a la decisión hace falta consolidar las bases de  datos  o  crear  pasarelas  entre  ellas.  Y,  sobre  todo,  autorizar  al  sistema  el acceso  a  cada  una  con  independencia  de  su  titularidad  y  con  las  debidas garantías de privacidad.

En  situaciones  de  crisis  es  preciso  pasar  de  organizaciones  eficientes  a organizaciones  eficaces,  que  garanticen  la  resolución  de  la  situación  lo  antes posible  y  no  necesariamente  de  la  forma  más  rentable.  El  ejemplo  que  tengo más a mano es el de las Fuerzas Armadas, que tienen una orgánica para el día a  día  y  otra  para  la  gestión  de  las  operaciones.  Los  ejércitos  y  la  Armada  se encargan  de  garantizar  la  disponibilidad  en  tiempo  y  calidad  del  personal  y material   de   la   forma   más   eficiente   posible   mientras   que   el   Mando   de Operaciones utiliza esos recursos -independientemente del color del uniforme o del presupuesto del que procedan-para llevar a cabo las misiones.

Por  eso,  tanto  en  las  Fuerzas  Armadas  como  en  la  ciencia  de  datos,  es  tan importante   la   interoperabilidad,   la   compatibilidad   de   los   datos   y   de   los instrumentos que los gestionan. Interoperabilidad que no necesariamente viene dada por la centralización, pero sí por la coordinación. Y también es importante la   trazabilidad,   la   capacidad   para   conocer   de   dónde   vienen   y   a   quién pertenecen los datos obtenidos.

Este   sistema   supone,   desde  luego,   un   coste   añadido   de   mantener  dos estructuras paralelas (aunque claramente asimétricas en cuanto a su tamaño). No  obstante,  proporciona  clarísimas  ventajas  en  cuanto  a  la  capacidad  de especialización  de  cada  servicio  y  en  cuanto  a  la  integración  de  dichas capacidades sobre el terreno.

A partir del momento en el que la organización y los datos estén dispuestos, la tecnología  es  capaz  de  aportar  capacidades  enormes.  En  muchos  países -incluido    elnuestro-numerosas    empresas    han    puesto    sus    recursos investigadores a disposición de la Administración. En ese sentido, se tiene que disponer,   como   si   fuera   una   estación   orbital,   de   puertas   de   acceso preestablecidas  en  las  cuáles  se  enganchen  los  actores  de  la  sociedad  civil  a los   estatales.   En   resumen,   se   tienen   que   abrir   las   compuertas   de   los compartimentos estancos internos en la Administración a todos los niveles y se tienen que tener previstos mecanismos para incorporar el talento y los recursos externos

Los  avances  tecnológicos  en  política  sanitaria,  muy  eficaces  para  el tratamiento  de  enfermedades  como  el  cáncer,  ¿se  puede  decir  que  no están  pensadas  para  una  enfermedad  mucho  más  ‘sencilla’  pero  con magnitudes enormes de contagio?

Solo  durante  el  año  pasado  se  publicaron  más  de  60.000  papers  académicos solo  sobre  inteligencia  artificial.  Desde  el  inicio  de  la  crisis,  han  proliferado  los que  muestran  estudios  de  todo  tipo  respecto  de  la  pandemia.  En  general,  no estoy de acuerdo con la mayor adecuación a unas u otras enfermedades.

Lo  que  sí  es  cierto  es  que  el  cáncer,  por  seguir  con  el  ejemplo,  es  una enfermedad que se lleva estudiando desde hace mucho tiempo y de la cual hay enormes  cantidades  de  datos  disponibles  sobre  los  que  trabajar,  instruir  o poner a trabajar a los sistemas “inteligentes”.

La covid-19 parece ser una mutación reciente de un virus del cual se acaba de empezar  a  recopilar  información.  Además,  da  la  impresión  de  que  no  se  ha alcanzado  un  consenso  en  cuanto  a  la  metodología  para  la  obtención  de  los datos  ni  se  ha  dispuesto  a  nivel  mundial  de  los  sensores  (tests)  suficientes como para obtener un muestreo significativo.

Pensemos también que la sencillez o complejidad de un problema no significa lo  mismo  para  un  ser  humano  que  para  una  máquina.  Tenemos  en  estos momentos  a  grandes  científicos  y  recursos  casi  ilimitados  de  computación disponibles  para  hacer  frente  a  la  pandemia,  pero  estamos  ayunos  de  datos sobre los que trabajar.

Las  capacidades  de  la  tecnología  exponencial se  ponen  a  prueba  cuando  se enfrenta a un problema que también es exponencial y que se viraliza a un ritmo similar. Quizás la consideración que deberíamos hacernos es la situación en la que  nos  encontraríamos  de  no  tener  herramientas  capaces  de  procesar  la información al mismo ritmo que se expande el virus.

Nos  queda  dar  el  paso  de  adquirir  nosotros  también  la  capacidad  para interpretar los ritmos exponenciales para no suponer un freno a la capacidad de reacción  de  la  tecnología.  Los  tempos  son  fundamentales  en  estos  casos, como ha quedado demostrado.

Resulta, en ese aspecto, reconfortante que ese espíritu reticular y cooperativo se haya materializado ya en iniciativas como CHIME (Covid-19 Hospital Impact Model for Epidemics) una herramienta abierta a la utilización de cualquiera.

¿Cómo influyen las relaciones geopolíticas internacionales en la reacción a la pandemia?

Creo  que  es  importante  diferenciar  el  ruido  de  la  sustancia.  En  los  primeros días   de   la   pandemia,   alguien   identificó   el   fenómeno   como   la   primera “infodemia” mundial. Están teniendo lugar infinidad de campañas mediáticas alrededor de la covid-19. El miedo y la incertidumbre fomentan la proliferación de   desinformación,   muchas   veces   mal   intencionada,   y   propician   una disminución  de  nuestras  defensas  cognitivas  equivalente  a  la  que  puede ocasionar el virus en nuestros organismos.

La  tensa  situación  geopolítica  de  la  que  partíamos  puede  haber  impedido  una mayor  colaboración  entre  las  distintas  potencias  a  la  hora  de  acometer  la respuesta inmediata a la pandemia y a la de generar recursos para combatirla. No  doy  mucho  crédito  a  las  teorías  que  proponen  un  origen  interesado  del virus, pero es indudable que, una vez que está aquí, cada cual está intentando explotar  las  oportunidades  que  le  presenta.  A  todos  los  niveles,  públicos  y privados.

No hay nada aquí que deba sorprendernos, por otro lado. Sin embargo, la falta de  transparencia  y  la debilidad  que  han  mostrado  los foros  multinacionales  en la  coordinación  de  una  respuesta  suponen  dos  problemas  graves  en  su resolución.

Hace unos años escribía sobre una visión utópica de un “planeta Star Trek” en el  que,  cada  cual  luciendo  su  bandera  en  el  antebrazo,  todos  aportasen  lo mejor de sus capacidades bajo un único liderazgo enfocado a la supervivencia común. Lo argüía en relación con otra amenaza global, el cambio climático.

En  tiempos  en  que  se  cuestiona -con  muchos  y  muy  razonables  motivos-el modelo  de  globalización  que  se  ha  seguido  en  los  últimos  años,  no  debería cuestionarse  la  globalización  misma  en  lo  que tiene  de  positivo.  El  cambio climático  es  otro  fenómeno  cuyo  ritmo  de  crecimiento  y  sus  mecanismos  de expansión no terminamos de comprender completamente. Para uno y para otro problema -y para algún otro relacionado con la tecnología-, la humanidad tiene que  ser  capaz  de  adoptar  “políticas  de  Estado”  que  combinen  justicia  y solidaridad para producir efectos eficaces.

La   crisis   del   coronavirus   no   debería,   como   parece   que   puede   ocurrir, encerrarnos a cada uno en la defensa de su parcela individual, familiar, tribal o nacional, sino mostrarnos que la competición geopolítica tiene que enmarcarse en  la  cooperación  entre  todos  para  el  bien  común  y  el  sostenimiento  del planeta.

Ángel Gómez de Ágreda
Coronel del Ejército del Aire
Academia de las Ciencias y las Artes Militares

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