El agua siempre ha sido un problema esencial en el desierto; de su existencia o no dependía la vida de personas y animales. El Sahara es enormemente avaro en aguas superficiales pero, se puede decir, que es pródigo en aguas subterráneas.
Los saharauis abrieron pozos a lo largo y ancho del Territorio, lo necesitaban para sus desplazamientos detrás de las lluvias con sus ganados; donde quedaran sus animales pastando, en sus proximidades tenía que existir un pozo para satisfacer las necesidades elementales de agua para personas y bestias.
Los desplazamientos siempre eran de pozo a pozo, así se marcaron unos caminos que luego fueron rutas caravaneras y, al final, las pistas existentes en el Territorio.
Los pozos tenían diferentes nombres según sus características, profundidades y conformaciones:
- Pozo propiamente dicho y con más de 12 metros de profundidad.
- Igual que Bir, pero su profundidad no excede de 10 metros.
- Pozo con noria, de una profundidad inferior a los 20 metros, pero superior a los 4
- Es el pozo abierto en el lecho arenoso de un río, en el que se encuentra agua a profundidades inferiores a un metro.
- Que es un pozo abierto en un lugar donde antes existía una charca. Sus paredes suelen ser inclinadas y su profundidad no superior a los tres metros.
- Es el pozo que se abre en el lecho de un río o arroyo, generalmente de naturaleza arenosa y en el que existe agua procedente de las lluvias a unas profundidades entre uno y cinco metros.
Según la naturaleza de sus aguas los pozos eran de tres clases: de agua dulce, salobre o salada, aunque otros autores les llaman dulce, semidulce y salobre. La dulce servía normalmente para beber personas y animales y confeccionar las comidas; la salobre se empleaba para beber en casos de necesidad, para los animales y para las huertas; la salada solamente servía para la higiene personal o limpieza.
Al principio había pocos pozos, todos muy rudimentarios, difíciles de encontrar pues solo era un hoyo en el suelo y se precisaba de buenos guías con conocimientos exactos de la existencia de los mismos, pues sobrepasar un pozo por no encontrarlo podía suponer la pérdida de muchas vidas
Cuando llegaron los españoles todos los pozos tenían una estructura parecida: un simple hoyo en el suelo, a veces con la boca guarnecida con palos de talha para evitar que el pozo se desmoronase o uno o varios palos en forma de horquilla enterrada en el suelo y con una polea en la horquilla para facilitar el sacar el agua.
Los pozos eran lugares de encuentro. Si el pozo no se hallaba en lugares remotos, siempre había gente en derredor. Además de sacar el agua, se propagaban noticias, especialmente sobre lluvias y pastos, se preparaban bodas y se fijaban divorcios. La charla era amena, pausada, distendida y precisa, pero necesaria para conocer novedades, buscar novia o preparar un viaje.
Los pozos tenían, a menudo, otros visitantes. Los camellos, que sus dueños liberaban para que se buscara la vida, eran visitantes asiduos de los pozos, pues, casi siempre, tenían ocasión para apagar su sed. Los saharauis que estaban sacando agua de él, siempre daban de beber a aquellos camellos que rondaban el pozo; eso era una obligación aceptada por todos, pues, en cualquier momento, su ganado podría encontrarse en esas mismas condiciones y agradecería mucho que algún saharaui apagara su sed. Nunca se dejaba morir a un camello, si había ocasión de mitigar su sed.
Con la llegada de los españoles, los pozos empezaron a mejorar. Era corriente levantar en el brocal un arco para soporte de la polea o garrucha y, posteriormente, empezaron a electrificar los pozos que, con un pequeño generador, era capaz de subir agua para todo un rebaño. El número de ellos aumentó considerablemente y era difícil encontrar zonas donde no hubiera pozos en un radio de unos cincuenta kilómetros
Claro que luego era necesario llevar el agua hasta las jaimas. Si estas estaban próximas, la tarea se encomendaba a las mujeres que, con una tenua de 20 o 30 litros a la espalda, iban llevando con dificultad el agua a las tiendas para su uso. Pero si la distancia era considerable, entonces los hombres se hacían cargo de este cometido; con sus camellos y bidones más grandes podían transportar agua para varios días.
Las patrullas, especialmente las de a camello, fijaban su ruta apoyándose en los pozos conocidos. Era imposible llevar el agua para los camellos, por eso, cada dos o tres días tenían que parar en un pozo donde dar de beber al ganado y rellenar guirbis y cantimploras de las personas; a veces, el encontrar un pozo cegado por un cadáver o desmoronado suponía una dificultad añadida, pues era necesario llegar al siguiente pozo sin dilación alguna.
Las patrullas motorizadas, aunque también pasaban por los pozos, sus necesidades eran menos perentorias, pues los vehículos les permitían llevar algún bidón y, sobre todo, petacas de agua en abundancia para descartar cualquier cambio de rumbo debido a la escasez de agua.
La existencia de agua facilitaba el asentamiento poblacional. El caso de Aaiun es meridiano; fue uno de los Puestos más tardío en aparecer, pero la gran abundancia de agua existente en la zona le hizo prosperar con rapidez, de forma tal que, a los pocos años de su existencia, fue designada como capital del Territorio, pues lo más necesario en zonas desérticas, el agua, la tenía en abundancia. La falta de ella, como ocurría en Cabo Juby, Villa Cisneros (Hasta 1965) y Güera, estancaba el crecimiento pues el tener que traerla desde Canarias suponía una servidumbre de gran envergadura y de difícil solución, con lo que el crecimiento se ralentizaba.
Hasta 1960, la mayoría de los pozos eran de tipo tradicional, con extracción manual, escaso caudal y muchos salobres. El centenar de pozos existentes producían 1.131 m3/día
Gracias a los numerosos trabajos de captación, los 1.131 metros cúbicos de 1960 pasan diez años después a 50.352 metros cúbicos al día y con aguas de mejor calidad y de mayor permanencia.
Después de 1970 se continuó con los sondeos, con la mejora de las captaciones y con el incremento del caudal disponible. De acuerdo con los datos existentes, en 1973 se captaba un caudal total que llega a los 75.000 m3/día.
El agua del desierto siempre fue escasa y difícil de obtener; su uso estaba perfectamente establecido: beber personas y animales, confeccionar las comidas y, muy de vez en cuando, lavar algo de ropa. Para la higiene personal no quedaba nada y se podía pensar que sus habitantes eran muy descuidados en este asunto; pero no es el caso. Cuando el conseguir agua cuesta mucho trabajo y las personas ven limitadas sus posibilidades de aseo, se van perdiendo costumbres y acomodándose a esta falta de limpieza, de forma tal que, al cabo de años o siglos, han abandonado completamente la higiene personal o familiar y viven felices en ese desapego obligado hasta considerar que la higiene sólo le reportaba trabajo y que se vivía mejor olvidando este cometido.
Juan Tejero Molina
Coronel de Infantería (R)
Hermandad de Veteranos de Tropas Nómadas del Sahara