Independientemente de la que elija, la respuesta occidental debe ser la misma. También hay que saber cuándo parar (Garry Kasparov, How Life Imitates Chess)
La brillante y tenaz resistencia de Ucrania en tierra, así como el hundimiento del Moskva en el Mar Negro, han frenado la ofensiva rusa en Ucrania. El presidente ruso Vladimir Putin haría bien en seguir el consejo de su compatriota, el gran maestro de ajedrez Garry Kasparov, y saber cuándo parar.
En lugar de ello, Putin parece estar decidido a seguir escalando. En respuesta a estos acontecimientos, Rusia advirtió a Estados Unidos que dejara de armar a Ucrania o se enfrentaría a «consecuencias imprevisibles». Putin incluso llegó a prescribir las armas que Estados Unidos no debe proporcionar al Ejército ucraniano.
Mientras Putin asume su inminente derrota, le quedan ahora tres opciones malas, pero no igualmente malas. La opción rusa menos mala es pedir la paz en las condiciones más favorables que le conceda Ucrania y poner fin a esta guerra inútil y temeraria. Una opción peor sería pasar a la defensiva en el este de Ucrania y esperar vanamente una correlación de fuerzas más favorable en el futuro. La peor opción de todas sería que Rusia intentara otra ofensiva, apostando todas sus fuerzas en Ucrania en un último golpe sin esperanza de éxito.
Occidente, al considerar sus respuestas a estas acciones, haría bien en recordar el consejo de Napoleón (más o menos): «Nunca interfieras con un enemigo en el proceso de destruirse a sí mismo».
Lo menos malo: Pedir la paz
Rusia no sólo ha perdido la guerra en Ucrania, sino que corre el riesgo de crear el mismo cerco que esta guerra pretendía evitar. Estados Unidos y otros aliados de la OTAN están vertiendo armas y dinero en Ucrania a una velocidad vertiginosa. Ucrania está más integrada en Occidente que nunca.
La OTAN se está moviendo para fortalecer su flanco oriental; muchos de sus miembros, sobre todo Alemania, se han comprometido a aumentar sustancialmente el gasto en defensa; Finlandia y Suecia están considerando solicitar su adhesión a la Alianza; las sanciones económicas a Rusia no sólo se mantienen, sino que aumentan; mientras que, la Unión Europea está considerando prohibir las importaciones de petróleo ruso.
Ante una situación tan grave, lo más sensato para Rusia sería demandar una paz que restablezca el statu quo ante. A cambio de retirar sus fuerzas a sus posiciones anteriores a la invasión de febrero, Rusia podría pedir a Ucrania que reconozca la independencia de la región del Donbás. Esta medida podría fracturar la hasta ahora sólida coalición contra Rusia y evitar el golpe mortal que supone un embargo europeo a las importaciones de petróleo. Esta medida también podría apuntalar el debilitado apoyo a Rusia en la escena mundial, sobre todo en India y China. Putin podría justificar esta retirada caracterizando su invasión como una exitosa expedición punitiva en respuesta a las ofensas (en gran parte imaginadas) de Ucrania.
Aunque sabia, esta opción también es poco probable. Una retirada rusa y el restablecimiento del statu quo ante serán vistos tanto en casa como en el extranjero como lo que son: una derrota del régimen de Putin. Al igual que los autócratas rusos anteriores, Putin teme a sus enemigos internos reales mucho más que a sus enemigos extranjeros imaginados. Los oligarcas, generales y espías en los que se apoya para mantenerse en el poder podrían concluir razonablemente que su cabeza es un pequeño precio a pagar para mejorar el sufrimiento de Rusia. Putin, un espía que tomó el poder de un frágil y vacilante Boris Yeltsin, entiende muy bien estos cálculos.
Peor aún: Defender el Donbás y esperar días mejores
Si Putin no puede poner fin a la guerra sin perder la cabeza, podría llegar a la conclusión de que puede vivir para luchar otro día pasando a la defensiva en el este de Ucrania. En esta opción, Putin no buscaría ningún fin formal de las hostilidades que requiera el consentimiento ucraniano. En cambio, se limitaría a reposicionar sus fuerzas en terreno defendible en un intento de mantener el terreno que ya tenía antes de febrero. Putin podría entonces adoptar el objetivo maximalista de construir una capacidad de combate suficiente para reanudar las operaciones ofensivas en algún momento en el futuro. Por otro lado, podría adoptar el objetivo más modesto de transformar un alto el fuego en otro conflicto congelado que se encuentre en el inframundo entre la guerra y la paz.
Esta estrategia está condenada al fracaso porque el tiempo no está del lado de Putin. El nacionalismo ucraniano y las armas ucranianas son más fuertes ahora que al principio del conflicto, y se hacen más fuertes cada día que pasa. La correlación de fuerzas ha cambiado decisivamente a favor de Ucrania, gracias tanto a una industria armamentística nacional sorprendentemente eficaz como a la generosa ayuda occidental. Mientras tanto, la posición militar y económica de Rusia sigue debilitándose. En el campo de batalla, las fuerzas rusas habrían perdido más de 20.000 soldados, 460 tanques y 300 aviones. En el frente interno, las sanciones occidentales están llevando a Moscú al borde del impago de sus préstamos occidentales. Putin no puede ganar tiempo porque no lo tiene: cada día que pasa trae nuevas pérdidas en el campo de batalla, y la disminución de recursos en casa para reemplazar esas pérdidas.
A pesar de la inutilidad de esta estrategia, es la que más probablemente adoptará. Putin se ha aislado de los asesores dispuestos a decirle la verdad, y esta estrategia le permite permanecer en la negación por un tiempo más. Su derrota final llegará más lentamente, pero no menos inevitablemente.
Lo peor: Una última apuesta
La opción más temeraria de todas sería que Putin intentara una ofensiva final para tratar de revertir la suerte de esta guerra tan desafortunada. En este sueño febril disfrazado de estrategia, Putin reuniría sus fuerzas para un contraataque que aislara a Ucrania del Mar de Azov y del Mar Negro. Tal ofensiva requeriría la destrucción final de Mariupol, que ya está en marcha. Putin esperaría limitar la ayuda occidental a Ucrania mediante la desinformación y las bravatas nucleares.
Lo absurdo de esta estrategia es evidente. Rusia no tenía las tropas, los tanques y los aviones para lograr este objetivo cuando su Ejército y su economía estaban a pleno rendimiento. Después de un mes de horribles pérdidas en el campo de batalla, tiene mucho menos. El frágil sistema logístico de Rusia era incapaz de sostener sus fuerzas al principio de la guerra, y es ciertamente incapaz de reemplazar las pérdidas en el campo de batalla para apoyar una ofensiva renovada. Occidente no se acobardó ante los faroles de Putin, cuando muchos creían que el Ejército ruso era un gigante, cuando ahora se revela como una cáscara vacía, y los faroles de Putin son menos creíbles que nunca.
Esta temeraria estrategia sería la opción más peligrosa, no para Ucrania u otros Estados occidentales, sino para el propio Putin. El planteamiento recuerda a la ofensiva de Ludendorff al final de la Primera Guerra Mundial. Ante las terribles pérdidas en el campo de batalla y el creciente descontento en casa, Alemania lo apostó todo a un último ataque contra Occidente bajo el liderazgo del mariscal de campo Erich von Ludendorff. Aunque logró un cierto éxito táctico inicial, esa operación fracasó porque Alemania no tenía ni la logística ni los recursos humanos para mantener el ataque. La guerra terminó con la desintegración del Ejército alemán y la caída del gobierno.
La respuesta occidental: Podemos hacer esto sin parar
Independientemente de la opción que elija Putin, la respuesta occidental debería ser la misma: ayudar al Ejército ucraniano, aliviar el sufrimiento su pueblo, mantener la unidad de la alianza de la OTAN y aumentar los costes militares y económicos de la continua agresión de Rusia. Los únicos elementos que deben variar son el énfasis y el ritmo de esos esfuerzos. Si Putin opta por la paz, Occidente debe mantener la solidaridad diplomática, económica y militar para garantizar que Ucrania reciba el acuerdo más favorable posible. Si opta por la defensa, Occidente debe continuar sus esfuerzos para fortalecer a Ucrania y aislar a Rusia para revelar la inutilidad de jugar con el tiempo. Por último, si opta por la ofensiva, Occidente debe prestar todo tipo de apoyo a Ucrania para desacreditar plena y definitivamente los delirios imperiales de Rusia.
En su reciente gestión ante Estados Unidos exigiendo el fin del apoyo militar a Ucrania, Putin ha facilitado una lista de las capacidades que más teme Rusia. Estados Unidos debería tratar este mensaje no como un ultimátum ruso, sino como una lista de la compra ucraniana. Cuando Rusia lance ataques de artillería contra la población civil, Occidente debería enviar a Ucrania sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes y radares de contrabatería. Cuando Rusia utilice aviones en una ofensiva temeraria y vana, Occidente debería redoblar los envíos de misiles antiaéreos Stinger y añadir el sistema de misiles tierra-aire Patriot. Cuando Rusia envíe sus tanques restantes en un ataque final y suicida, Occidente no sólo debería acelerar aún más el envío de los sistemas antitanque Javelin y Switchblade, sino también comenzar a armar a Ucrania con carros de combate M1 Abrams y otras capacidades de maniobra para expulsar a Rusia del suelo ucraniano de una vez por todas. Estos envíos de armas son la forma más clara de diplomacia, comunicando a Putin que podemos hacer esto todo el día.
Vladimir Putin está en proceso de destruirse a sí mismo, y cada día que pasa, y cada envío de armas que llega a Ucrania, hace que ese resultado sea más inevitable.
Fte. Defense One (John Nagl)
John Nagl es un oficial retirado del Ejército que enseña en la Escuela de Guerra del Ejército. Paul Yingling es un oficial retirado del Ejército que vive y escribe en Green Mountain Falls, Colorado. Este no se basa en ninguna información especial o clasificada.