No se puede hablar de nuevas transformaciones a nivel del orden mundial, ni de la estructura política internacional, sin hacer referencia a las herramientas de poder y de conflicto. Cuando una civilización humana alcanza el clímax y comienza a declinar, esta estructura conduce al caos y al conflicto no sólo a nivel de una nación, sino a nivel regional e internacional, en función del poder y la influencia de la nación.
Esto también podría ser el resultado del desarrollo de estos regímenes políticos y militares debido a las ideas emergentes y a la evolución de la tecnología que forman la nueva soberanía. El sistema de Estados soberanos sigue siendo el patrón dominante en las relaciones internacionales. Podemos distinguir un patrón de sociedades superpuestas y un tipo de administración que guarda cierto parecido con la situación que existía antes de que el sistema de estados se formalizara con el Tratado de Paz de Westfalia (1648), que puso fin a largas guerras religiosas entre los estados europeos.
En la actualidad, la soberanía está cambiando. Algunas naciones se están degradando, mientras que otras se están desarrollando. Muchas naciones han estado a la cabeza, pero ahora se están deteriorando como un caballo que sube una colina cargado con una pesada carga. El caballo no tiene otra esperanza que seguir subiendo para alcanzar la cima. Si se detiene, será el fin (la muerte) no sólo para el caballo sino también para la carga (la destrucción). Estas antiguas civilizaciones no tienen margen para detenerse, sino que deben seguir corriendo con las cargas y los pesos para salvar sus bienes históricos y su glorioso pasado.
Por lo tanto, la estructura cambiante de la política mundial y la fragmentación del orden mundial son consecuencias naturales del declive de la centralización y la supremacía estadounidenses en los últimos años hacia un mundo multipolar. Muchos países buscan tener fuentes de poder e influencia en todo el mundo por todos los medios para llenar el vacío geopolítico creado por ese declive, o para buscar un espacio fuerte en la arena internacional para asegurar sus fronteras adoptando principios de poder, temiendo la intervención externa y la intromisión en sus asuntos internos. El otro principio es establecer alianzas militares y de seguridad transfronterizas para llenar el vacío de la debilidad potencial del estatus político y de las fuerzas militares y de seguridad de estos Estados.
Lo que sí es absolutamente cierto es que las nuevas formas de conflicto no se producen ciertamente en el contexto de la guerra directa. Es decir, no habrá enfrentamientos directos, sino guerras por delegación y manifestaciones cívicas. Las herramientas de conflicto y los enfoques políticos, de seguridad y militares variarán drásticamente, ya que estarán dominados por las tecnologías y la inteligencia artificial. No será necesario enviar tropas para luchar, sino que se enviarán contingentes de vehículos aéreos no tripulados y drones para luchar y conseguir los objetivos.
En la próxima era, el techo del unilateralismo para muchos países aumentará independientemente de su poder, las leyes internacionales y las consideraciones humanitarias debido a la riqueza y las capacidades tecnológicas avanzadas. En este contexto, no sólo se habla de superpotencias, sino también de Estados que tienen menos poder y que harán todo lo posible por compensar sus debilidades militares formando alianzas militares y de seguridad transnacionales para crear equilibrios, poder y disuasión. Estas alianzas no tienen por qué ser entre países y gobiernos. Pueden ser transnacionales, en torno a redes terroristas y organizaciones radicales.
Además, el techo de determinados armamentos aumentará en detrimento de la cantidad. Por ejemplo, se desplegarán armas con más de una ojiva nuclear como alternativa a la multiplicidad de misiles con una sola ojiva, así como armamento avanzado, como las armas electromagnéticas. La mayoría de los países también recurrirán a armas de disuasión y contención, así como a armamento ofensivo. Comenzará una nueva era contra la hegemonía, que permitirá a los Estados equilibrar su poder y frenar las amenazas. Sin embargo, este enfoque conlleva serios riesgos, ya que puede dar lugar a algunos errores que darían lugar a guerras devastadoras.
Además, la tecnología moderna permitirá transferir el poder a los individuos y a los civiles como «ciudadano global» en un «estado virtual». El escenario actual de los efectos de la Tercera Revolución Industrial afectará a los sistemas políticos existentes y a los gobiernos centrales. En el siglo XXI, estos avances tecnológicos, la revolución de la información e Internet en la era digital serán uno de los factores más importantes del poder político, militar y de seguridad, por un lado, y serán una de las debilidades de los estados y gobiernos, por otro. La naturaleza hipotética del mundo virtual será un escollo para la capacidad de la seguridad estatal de seguir y aplastar las actividades revolucionarias. La comunicación virtual cambiará nuestra percepción de los futuros grupos de oposición y movilizará a muchos activistas y rechazados que creen que sus gobiernos les obligaron a ser nihilistas. El escenario virtual de activistas y pesimistas cambiará radicalmente estas comunidades.
Por último, las tecnologías avanzadas serán la base de los futuros conflictos, especialmente los ciberataques. Así, la información estratégica, las capacidades de inteligencia y los satélites de espionaje serán el factor más importante en las futuras guerras. El nacionalismo y la agitación de los pueblos sobre sus gobiernos mediante la difusión de información falsa o la revelación de hechos ocultos o la exposición de los gobiernos mediante la publicación de malas conductas, comportamientos y casos de corrupción como denominador común de las actitudes de los personajes públicos son más que suficientes para alimentar y suscitar manifestaciones que desestabilicen cualquier país.
Fte. Geostrategic Media