Escribir como militar

Lo nuestro es ser militar y, además, escribir. Y hace algún tiempo me llamó la atención la figura de un paisano, de la población valenciana de Enguera, que había sido lo mismo: militar y escritor. Y que nunca pudo pertenecer a la Asociación Española de Militares Escritores, aunque casi estuvo a punto de ser Correspondiente de la Real Academia de la Historia, porque nos separan de su nacimiento (1862) casi siglo y medio y porque murió joven, siendo Teniente Coronel, en El Rif (1909).

Me inspiró el interés el busto en la plaza de su pueblo (bronce de Garnelo) y algunas notas biográficas que me proporcionaron sobre él. No pudiendo imaginar, al principio, con qué filón militar e intelectual había ido a dar.

Mis investigaciones me acercaron un poco hacia su desconocida familia: burguesa en fabricación y comercio textil; expansivo, tras la puesta en marcha de la máquina de vapor. Y se abrió el abanico tras los datos de hoja de servicios de su ingreso en la Escuela de Infantería con 14 años y su galonamiento como Alférez a los 17.

Sorprendiéndome que, ya de Teniente, apareciera dando conferencias en el Centro del Ejército y la Armada madrileño; charlas que acababan en formato de libro. Siendo su primera la que trató sobre “La plaza de Gibraltar”; al tiempo que iba publicando en “El Globo” (diario de prestigio literario) una serie de textos sobre El Peñón. Hasta que la pesquisa minuciosa me llevó ante una anécdota autobiográfica sobre la huella que le dejó su “sentido patrio herido”, durante su visita -uniforme puesto- a la colonia inglesa y escuchar las palabras despectivas de un Oficial de Artillería inglés.

Así que se entiende que, en su charla-libro, mostrara un buen estudio de aquella fortificación colonial y que (consciente de la superioridad militar anglosajona) propusiera el AISLAMIENTO de aquella Plaza; mediante fortificación de la próxima Sierra Carbonera. Idea que se adelantó medio siglo al plan alemán (“Phoenix”, previsto para 1941) de bunkerización que según se ha escrito, pese a que se ejecutó, “Franco no utilizó”.

José Ibáñez Marín, que éste es nuestro Oficial, pasó casi toda su carrera acuartelado en Madrid; lo que puso al alcance de su mano magníficas bibliotecas, excelentes relaciones sociales e intelectuales y el contacto directo con grandes militares de la época (Azcárraga, Martínez de Campos…).

No en balde casó con la hija de su erudito Teniente Coronel Mariano Gallardo, director de la “Revista Técnica de Infantería y Caballería”; a quien sustituyó en la gestión y empuje de sus ejemplares mensuales. Una esposa, primera de las mujeres que asistieron a la Universidad, culta y entregada; que, viuda joven y con cuatro hijos, contraería nuevo matrimonio con el poeta Mena.

Ibáñez se involucró en el Monumento madrileño al Teniente de Infantería Ruiz, que carecía de los honores sobre columna de sus compañeros Daoiz y Velarde; consiguiendo un gran éxito al lograr que la escultura la modelara su paisano Mariano Benlliure.

También hizo amistad con Menéndez Pidal, pues las esposas de ambos veraneaban en el Paular del Lozoya y él, como creador de la Sociedad Militar de Excursionistas, desarrolló allí esta actividad “higienista” montando la ruta (con columnas señalizadoras) hasta el Puerto del Reventón; en plena Sierra de Guadarrama. Organizando, incluso, el recorrido por Portugal que seguía los pasos del Mariscal Soult durante nuestra Guerra Napoleónica.

Toda la motivación de su vida estuvo centrada en el aumento de los conocimientos, en el perfeccionamiento y la forja del individuo, en la cultura y la mejora de las condiciones de trabajo y servicio del soldado y en el acrecentamiento de la moral y las virtudes de los Oficiales.

Fue gran admirador del mundo prusiano y alemán y, en particular, del Emperador Guillermo II; en lo que tuvo que influir su comisión (que aprovechó como viaje de novios) por diversos países centroeuropeos para el estudio de sus ejércitos, con obligada presentación de una Memoria.

Llegó a publicar unos 25 libros, muchos de ellos biográficos: dedicados a personalidades militares, como ejemplos de la Milicia; siendo en la Revista Técnica el encargado personal de llevar las páginas de las Biografías e, incluso, las Bibliografías.

Pero gran parte de su obra también estuvo dedicada a la enseñanza y a la educación militar, en especial de los Cadetes; invitándoles a ser los motores de la recuperación patria, tan caída tras el desastre de Cuba, en cuya campaña estuvo implicado desde noviembre de 1895 hasta el mismo 1898 y por la que mereció diversas condecoraciones.

Así como fue reiterada su crítica a los defectos y vicios políticos del momento hispano, lo que vendría a convertirle en un verdadero “regeneracionista”. No en balde se codeó con literatos del momento de la talla de Azorín, Vallé-Inclán, Pérez de Ayala y los mismos grandes políticos Maura y Cánovas del Castillo; por lo que pudo, de haber vivido más años, haber sido el escritor militar que le falta a la “Generación del 98”.

En 1909 y con sólo 47 de edad, al mando de su Batallón de Cazadores de “Figueras” número 6, asistió a la llamada “Guerra de Melilla”; entrando en combate inmediato al desembarcar. Cayendo en la primera línea, que ocupaba su 2ª Compañía.

Sería ascendido a Coronel Honorario, pero el “juicio contradictorio” (aquella batalla resultó confusa) le negó la Laureada de San Fernando.

Su consorte, en la línea del espíritu cultural de Giner de los Ríos, acabaría en el exilio tras nuestra guerra civil; falleciendo en Méjico, en los años 50.

Curioso ironía del destino de quien fue ayuda y aliento de un heroico militar y destacado patriota.

Hoy, afortunadamente, sus obras pueden leerse (gratuitas, en PDF) accediendo a la Biblioteca Nacional Digital. Es más, algunas como su reconocida “Bibliografía de la Guerra de la Independencia” acaba de ser reimpresa por dos diferentes editoriales.

Miguel Aparici Navarro.
Teniente Coronel de Artillería (R).
Delegado de AEME en la C.V.