La competencia entre Estados Unidos, China y Rusia por la influencia mundial no se limita a las herramientas militares, económicas y tecnológicas, sino que se extiende más allá de ellas, al ámbito del poder blando (soft power).
Tradicionalmente, el concepto de fuerza en las relaciones internacionales se refiere a las esferas militar y económica y se describe como poder duro (hard power), que tiende a coaccionar, ya sea mediante el uso real o la amenaza de la fuerza, o la imposición o amenaza de sanciones económicas. Asimismo, el poder duro incluye los incentivos, en todas sus formas y niveles, que un Estado fuerte presenta a uno más débil, o insinúa privarle de ellos. Por otro lado, el poder blando evita las herramientas directas de coerción o seducción, y en su lugar busca influir mediante el marketing de un modelo humano, cultural, político y económico atractivo y exitoso, o centrándose en sistemas de valores más elevados, construyendo narrativas persuasivas, o hablando de un sistema de internacional más equilibrado, basado en reglas y principios justos…etc. China, Estados Unidos y Rusia se han dado cuenta de la importancia del poder blando dentro de los determinantes anteriores, y cada una de ellas trata de promover su propio modelo o los beneficios que obtendrá el mundo si está con él.
En este contexto, recordamos la cumbre chino-rusa que reunió a los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin a principios de este año en la capital china, Pekín, durante la que se comprometieron a trabajar para acabar con la singularidad de Estados Unidos en la hegemonía mundial y a trabajar para establecer un nuevo orden internacional basado en la multipolaridad.
En la declaración conjunta emitida por los dos líderes, hubo claras referencias al poder blando, tal y como lo enfocan ambas partes, ya sea en términos de rechazo a los enfoques unilaterales a la hora de abordar los asuntos internacionales, al recurso a la fuerza y a la injerencia en los asuntos de los Estados y a la vulneración de sus derechos e intereses legítimos, o en términos de rechazo a la definición occidental de democracia y a la forma de practicarla, y por tanto al mal uso de los valores democráticos y a la injerencia en los asuntos internos de los Estados soberanos con el pretexto de proteger la democracia y los derechos humanos. Por otra parte, Washington reitera sus acusaciones de que las dos partes intentan desestabilizar los fundamentos y «las reglas del sistema internacional», y considera que estos fundamentos y reglas, de los que se considera custodio, garantizan el establecimiento de la estabilidad a nivel mundial.
Vivo en un país en el que la Primera Enmienda Constitucional fortifica la libertad de expresión, por muy diferentes que sean las creencias y convicciones imperantes. Esta fue una de las dimensiones a las que aludió el presidente Joe Biden como candidato para 2020 cuando habló de reforzar el liderazgo estadounidense a nivel mundial, a través del «poder del modelo» y de «reclamar el liderazgo moral».
En la práctica, existe una gran discrepancia entre los valores estadounidenses reivindicados o respaldados y su práctica. No obstante, Estados Unidos consigue emplear el poder blando en su beneficio, aunque contenga grados de engaño e hipocresía.
Tal vez criticar la política exterior estadounidense desde el corazón del propio Washington, sin temor o aprensión a ser detenido o directamente señalado, sea lo que sirve a los propósitos de la propaganda estadounidense, ya que esto apoya sus otras herramientas de poder blando, como la afirmación de llevar la bandera de la democracia y los derechos humanos en el mundo, incluso si hay una contradicción entre el ejemplo y la realidad.
No quiero simplificar aquí la cuestión anterior, ya que hay cierta complejidad en ella. La libertad de expresión, protegida por la Constitución, puede ser objeto de abusos políticos o de seguridad, pero esta es otra historia. Además, el poder blando estadounidense se basa en menús adicionales que atraen a mucha gente, incluso en China y Rusia, como el imaginado estilo de vida estadounidense que ofrece Hollywood, y el amplio espacio de posibilidades de éxito, o a través de las empresas como Cable, Pepsi, Coca-Cola, McDonald’s, Starbucks…etc.
Por lo tanto, el concepto de poder blando estadounidense y sus herramientas son más amplios y profundos que sus homólogos chinos y rusos. En los casos de Pekín y Moscú, encontramos un enfoque del poder blando en términos de competición con el modelo de hegemonía de Estados Unidos y de interferencia en los asuntos de los Estados con diversos pretextos, como la democracia y los derechos humanos, pero pasan por alto que no son menos violadores de los valores y las normas internacionales justas que Estados Unidos. Además, la mayor parte de su uso del poder blando se dirige a los regímenes autoritarios que están hartos de los repetidos «sermones» de Washington sobre la democracia y los derechos humanos, aunque no les importen, mientras que tanto China como Rusia se centran en los intereses comerciales y militares, sin chantajes en nombre de las libertades, la democracia y los derechos humanos.
Como resultado, el poder blando de cada una de estas partes, en esencia, conlleva mucha coerción, no menos que el poder duro, sino más bien como un complemento de éste. Estados Unidos emplea su poder blando para mantenerse en la cúspide de la pirámide del sistema internacional como superpotencia hegemónica, y sus valores suelen estar sujetos a consideraciones de interés más que a la moral. Mientras que China y Rusia buscan debilitar la hegemonía estadounidense, su poder blando lleva implícitas relaciones coercitivas, ya sea a través de la implicación económica, como hace China, con los países que solicitan su ayuda, o suministrando a los regímenes dictatoriales con todo tipo de armas caras que no están condicionadas al respeto de los derechos de sus pueblos, como hacen los rusos.
Fte. Modern Diplomacy (Amer Ababakr)
Amer Ababakr es doctor por la Universidad Internacional de Chipre. Su especialidad es la política en Oriente Medio.