El conflicto entre Rusia y Ucrania podría ser la siguiente «guerra eterna» de Estados Unidos

En febrero de 2022, el Presidente ruso Vladimir Putin decidió lanzar una guerra de conquista contra su país vecino, Ucrania. La responsabilidad de iniciar esa guerra recae directamente sobre los hombros de Putin. Las principales prioridades de Estados Unidos deben ser ayudar a poner fin rápidamente a la guerra, al tiempo que refuerza su seguridad nacional y protege el frente oriental de la OTAN. Sin embargo, lo que Washington parece estar haciendo es casi lo contrario. Mantiene la guerra con respiración asistida para prolongarla todo lo posible en el futuro. Al mismo tiempo, está debilitando la capacidad de defensa nacional de Estados Unidos.

A medida que la guerra se adentra en su segundo año, Estados Unidos sigue sin tener una estrategia para terminarla. Washington ni siquiera tiene una visión de cómo podría hacerlo, y se resiste a cualquier intento de buscar una solución negociada a través de la diplomacia.

La frase que predomina en el gobierno estadounidense es que apoyará a Ucrania «todo el tiempo que haga falta». Todos, desde el Presidente y el Secretario de Estado hasta el Secretario de Defensa y muchos legisladores del Congreso, citan este mantra constantemente. Ninguno tiene una definición de lo que significa ni una respuesta sustantiva sobre cómo la frase protege los intereses estadounidenses.

Estos esfuerzos enrevesados, desenfocados y sin rumbo para apoyar a Ucrania con equipamiento militar y dinero sólo sirven para perpetuar la guerra. No hacen nada para ponerle fin. Cabría esperar que la dolorosa, y reciente, historia de Estados Unidos de apoyo abierto a guerras de interés marginal para su seguridad nacional sirviera de guía para evitar repetir fracasos. Hasta ahora, por desgracia, esa esperanza parece vana.

Triste historia de apoyo a la guerra perpetua

La implicación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam se basó ostensiblemente en el temor a «la teoría del dominó», que estipulaba que si los comunistas norvietnamitas derrotaban al Sur, otros gobiernos asiáticos caerían posteriormente en manos del comunismo. Nunca hubo una estrategia de finalización de la guerra, ni un concepto para lograr la victoria.  Al final, Vietnam del Norte derrotó al Sur, pero el temor a que el comunismo arrasara Asia nunca se materializó.

Como ya se ha relatado exhaustivamente, el desastre de dos décadas de guerra de Washington en Afganistán también careció de una estrategia de final de guerra. Estados Unidos sabía cómo entrar, sabía muy bien cómo quedarse indefinidamente, pero no tenía ni idea de cómo salir. Sólo la derrota abyecta resolvió eso, y la seguridad de Estados Unidos no es peor dos años después de su salida de Afganistán de lo que fue durante 20 años de guerra inútil.

Estados Unidos tuvo que entrar en guerra en Irak en 2003, según afirmó el presidente George W. Bush, porque de lo contrario los estadounidenses «vivirían a merced de un régimen fuera de la ley que amenaza la paz con armas de destrucción masiva». No había armas de destrucción masiva, pero incluso después de que eso quedara claro, el gobierno no tenía una estrategia de finalización de la guerra, y se limitó a seguir luchando. Fuera de un paréntesis de tres años, los militares estadounidenses han servido en Irak desde entonces, sin ninguna perspectiva o estrategia para poner fin a esa misión bélica.

Las letales operaciones militares en Libia, Somalia, Yemen y Siria también tuvieron comienzos entusiastas, pero carecieron de una visión para poner fin al conflicto. Estados Unidos se encuentra ahora en una encrucijada en su apoyo a la guerra en Ucrania: Seguir con la tendencia de seis décadas de apoyar ciegamente la guerra sin tener ni idea de cómo terminarla, o aprovechar las muchas lecciones aprendidas y formar una estrategia de terminación de la guerra.

Francamente, no hay ningún camino viable hacia una victoria militar de Ucrania. Seguir apoyando a Ucrania «todo el tiempo que haga falta» no es ninguna estrategia. No es más que seguir enviando, mes tras mes, material, munición y otras ayudas para el combate a Kiev. Puede que así se evite la derrota militar de Ucrania, pero por mucho apoyo que le presten Estados Unidos y la OTAN, es casi seguro que las tropas de Kiev nunca expulsarán a Rusia de su territorio. Lo que sí hará ese apoyo es mantener la guerra, a costa, a veces, de muchos cientos de soldados ucranianos cada día.

Apoyar a Ucrania no nos proporcionará seguridad

Muchos sugieren que ayudando a Ucrania nos ayudamos a nosotros mismos. Lindsey Graham, por ejemplo, dijo que apoyar a Ucrania en su guerra contra Rusia era «el mejor dinero que jamás hemos gastado», en parte, dijo después, porque «los rusos están muriendo». Ver a Rusia debilitada es un objetivo explícito articulado por el Secretario de Defensa Lloyd Austin. Pero hay algo que es fundamental comprender: una Rusia debilitada no mejora la seguridad nacional de Estados Unidos.

La seguridad nacional estadounidense ahora no es mejor de lo que era el día antes de que empezara esta guerra o de lo que será el día en que la guerra termine. ¿Por qué? Porque el poder militar convencional estadounidense, y el de la OTAN, empequeñece cualquier cosa que Rusia haya tenido, tenga o vaya a tener. «Matar rusos» no hace que los estadounidenses estén más seguros y, por tanto, es un mal uso de los recursos estadounidenses. El apoyo indefinido a Ucrania disminuirá, perversamente, nuestra capacidad militar convencional con el tiempo.

Según el último balance del Pentágono, Estados Unidos ha entregado a Ucrania hasta la fecha una asombrosa lista de material militar. Una lista parcial incluye: Sistemas de defensa antiaérea Patriot, NASMS y Hawk; 38 sistemas HIMARS; 270 obuses (de 155 mm y 105 mm) junto con 2,8 millones de proyectiles; y más de 240 morteros, con 400.000 proyectiles. En cuanto a vehículos de combate (M1A1 Abrams, vehículos de combate Bradley, Strykers y otras plataformas de ruedas y orugas), Estados Unidos ha entregado más de 5.000, junto con más de 300 millones de proyectiles de diversos calibres.

No se trata sólo del dinero que Estados Unidos haya gastado, sino de la reducción de su inventario físico de armas, vehículos blindados y municiones, que ha tenido su correspondiente reducción en la capacidad física para librar y mantener la guerra. Muchos sugieren que Estados Unidos continúe proporcionando a Ucrania vehículos blindados y munición adicionales de forma indefinida. Pero lo que estos defensores rara vez mencionan es el coste que estas aportaciones suponen para nuestra propia capacidad de seguridad nacional.

Si Estados Unidos se encontrara de repente en una guerra de gran envergadura, su Ejército estaría peligrosamente escaso de obuses y municiones. No se pueden reducir los inventarios en casi 3 millones en un año y medio y esperar otra cosa que no sea un impacto negativo en la capacidad de mantener una guerra. Actualmente producimos unos míseros 24.000 proyectiles al mes en Estados Unidos, y esperamos llegar a 85.000 al mes en 2025.

Si Estados Unidos dejara de suministrar proyectiles a Ucrania hoy, se tardarían cuatro o cinco años en reemplazar los que ya se han perdido. Hay que preguntarse por qué tantos defensores del apoyo perpetuo a Ucrania parecen despreocupados ante la reducción perpetua de nuestro potencial bélico. Ayudar a Ucrania a defenderse es una aspiración comprensible. Pero hacerlo a este ritmo tiene consecuencias en el mundo real, y las tendencias son definitivamente negativas para Estados Unidos.

Conclusión

Estados Unidos está derivando irreflexivamente hacia la repetición de muchos de los peores errores que Washington ha cometido en el último medio siglo. Dirigimos con nuestras emociones y apoyamos al bando ucraniano en su guerra con Rusia, una guerra que no muestra signos de acabar pronto, y sin el necesario análisis sobrio y honesto de lo que nos costará ese apoyo, cuál debería ser nuestra estrategia o qué resultado alcanzable buscamos. Nos limitamos a enviar partida tras partida de ayuda a Kiev sin pensar en el efecto acumulativo sobre nuestro país.

Fte. Real Clear Defense (Daniel L. Davis)

Daniel L. Davis es Senior Fellow de Defense Priorities y ex Teniente Coronel del Ejército de Estados Unidos, desplegado cuatro veces en zonas de combate. Es autor de » The Eleventh Hour in 2020 America».