Drones turcos e israelíes cambian el escenario de Nagorno Karabakh y de los conflictos futuros

Un funcionario camina entre objetos que Armenia presentó como drones azeríes capturados y derribados durante los recientes enfrentamientos armados en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán, en Ereván. Karen Minasyan/AFP/Getty

La situación de Nagorno Karabakh ha puesto de manifiesto el reinado de un nuevo concepto de guerra, creado a partir de popularización de un tipo armamento reservado casi en exclusiva a una sola superpotencia.

Los conflictos han dado un cambio sustancial en la última década donde el protagonismo de los carros de combate, medios acorazados y artillería pesada, queda en segundo plano ante la irrupción de los drones con capacidades ofensivas.

Esta tecnología ampliamente estudiada y experimentada por los Estados Unidos durante años ha terminado por popularizarse y llegar a conflictos regionales. Lo que antes era un elemento esencial y diferenciado de la supremacía del ejército estadounidense, hoy es utilizado en enfrentamientos menores y está al alcance de cualquier fuerza de combate.

Si hay algo que ha caracterizado al conflicto acontecido estos meses en el Nagorno Karabakh, ha sido el uso masivo del nuevo dron Bayraktar de fabricación turca y los Harop israelíes, empleados por las fuerzas de la república de Azerbaiyán.

Durante la escalada del conflicto armado protagonizada por ambas partes durante los últimos meses, se ha puesto fin a una situación de trincheras que recordaba más a la Primera Guerra Mundial. De una situación estancada se ha pasando a una guerra abierta, donde las posiciones defensivas armenias en la zona han sido severamente atacadas y sobrepasadas, en puntos estratégicos que acercaban la confrontación a la propia frontera entre Armenia y Azerbaiyán, con el peligro de desencadenar una guerra total entre ambas naciones.

Lo que hasta ahora era un conflicto armado entre material de procedencia rusa, puesto que Moscú vende indistintamente a ambas naciones, se ha convertido en la puesta de largo de los drones de ataque, para los que los tanques T-90 o T-72, así como las piezas de artillería son presa fácil de estos pequeños y baratos aviones turcos, capaces de cambiar el rumbo de todo un conflicto.

Hasta hace poco tiempo tan solo los drones estadounidenses como los Predator o los de origen chino se veían operar en diferentes campos de batalla. Estados Unidos cuenta con años de experiencia en el uso de drones de ataque, capaces de usar armamento inteligente para erradicar elementos hostiles en cualquier escenario.

Las campañas de drones y las acciones de los Predator norteamericanos están ampliamente documentadas y la lista de bajas infringidas por parte de estos aparatos es alcanza cifras exorbitantes, tanto en operaciones en conflictos como Afganistán, Iraq o Siria, así como aquellas acciones guiadas por la CIA en múltiples países.

Lo que hasta hace relativamente poco era coto de un selecto grupo de países: EE.UU, China. Irán y Turquía, es a día de hoy, moneda corriente, accesible y común en cualquier conflicto. Bien sean Predators o con enjambres de pequeños drones, como los que se pueden comparar en cualquier centro comercial cargados con explosivos como ha usado ISIS en Siria durante años.

Los drones han inundado los cielos de los territorios en disputa en el Cáucaso. Durante más de seis semanas, los Harop de fabricación israelí que esperan en el cielo el momento de lanzar su ataque kamikaze, o los últimos drones procedentes de Turquía como los Bayraktar TB2 o Anka-S, han dado la vuelta a un conflicto que ha transformado la guerra de trincheras en una guerra tecnológica del siglo XXI.

El resultado de dos meses de hostilidades donde la guerra aérea no la han protagonizado los cazas de combate sino ‘pequeños’ drones asesinos, se han destruido más de cien tanques armenios, alrededor de doscientas piezas de artillería y una veintena de sistemas de defensa antiaérea.

El cese de la contienda derivada del acuerdo de alto el fuego negociado por Rusia en Nagorno-Karabaj cambia el equilibrio de fuerzas en la región. La falta de liderazgo de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que desde julio de este año carecía de dirección al estar vacantes los cuatro primeros puestos de sus mandos por la falta de acuerdo de los Estados miembros, ha dejado en manos de Rusia la responsabilidad de poner fin a un conflicto que estaba en plena fase de escalada.

El vacío de poder (provocado por las luchas de poder entre los estados que componen esta organización) y la falta de compromiso efectivo de la OSCE, ha sido aprovechada por Moscú para reforzar su posición en una zona estratégica para la seguridad del país eslavo, que estaba siendo socavada por potencias externas.

Pese a la insistencia del ministro de Relaciones Exteriores ruso Sergei Lavrov que se ha dirigido a la OSCE, pidiendo una mayor implicación de esta en la resolución pacífica del conflicto una vez que «los acuerdos alcanzados sobre gestión de crisis dentro del espacio de la OSCE deberían recibir un mayor apoyo de los Estados participantes, esto facilitará su implementación».

La falta de liderazgo de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa ha sido criticada desde Occidente por los medios de comunicación. El periódico The Guadian advierte sobre la debilidad de las instituciones a la hora de poner paz entre los territorios. «Al igual que en los conflictos en Libia y Siria, Rusia y Turquía se han encontrado una vez más respaldando a partes opuestas, y han utilizado su influencia sobre los actores locales para negociar acuerdos de paz que garanticen su propia influencia«.

El acuerdo de alto el fuego negociado por Rusia en Nagorno-Karabaj aumenta la influencia de Moscú y refuerza la posición expansionista de Ankara (en pleno enfrentamiento con Francia y sus socios de la OTAN). La ausencia de Occidente en materia de seguridad entre Armenia y Azerbaiyán resulta palpable una vez visto como el «Grupo Minsk de la OSCE desempeñó poco papel» según The Guardian.

Rusia y Turquía no son las únicas ganadoras de una crisis que pillo desprevenido al Kremlin. En el Karabaj hemos visto, por primera vez, una guerra en la que los drones llevan prácticamente todo el peso de la campaña aérea. Además de su alta y extraordinaria efectividad en el teatro de operaciones, los drones se han revelado como una potente arma de propaganda. Los vídeos de sus acciones en alta definición sirven para la guerra de información y la rápida propagación del potencial de este nuevo arma en las redes sociales.

Además de un cambio del peso geopolítico en la región, el auténtico ganador es esta terrible batalla en la región ha sido la industria de defensa turca e israelí que han demostrados el potencial letal de un armamento que pone en entredicho las capacidades de defensa y protección del armamento tradicional.

Iván Martín y Ladera

Sé el primero en comentar

Deja tu comentario