Hace unos días los periódicos e informativos se hacían eco de la remisión de una carta bomba a la embajada de Ucrania en Madrid. Abierta por el jardinero (¿?), resultó quemado levemente en los dedos. Quedaba claro que la cantidad de pólvora del envío era mínima. El hecho abrió todos los telediarios y el objetivo buscado por el remitente se cumplió: alarma social y propaganda, dejando en un segundo plano otras noticias nacionales e internacionales.
Con los días, nos enteramos de que una empresa de Zaragoza también había recibido cartas bomba… y el consulado de Ucrania en Barcelona, la embajada de EEUU, el presidente del gobierno, la ministra de Defensa, la Base de Torrejón de Ardoz y no se sabe si hubo más, con un origen común en Valladolid. Hoy todavía no se ha descubierto —al menos no se ha revelado– la identidad del remitente. Después se interceptaron nuevos envíos bastante desagradables con ojos de animal en su interior, pero sin material pirotécnico. Más noticias de consumo. En ningún caso las cartas contenían materia letal: unos pocos gramos de pólvora negra o de caza que ardían al abrir los sobres… y que no llegaban a abrirse si un simple detector de rayos X cumplía su misión.
Estas cartas recuerdan aquellas otras cargadas de balas durante campañas electorales pasadas y dirigidas a Marlaska, Iglesias, Ayuso y Gámez o con una navaja ensangrentada (¿?) destinada a la ministra Maroto cuya fotografía (muy ampliada) se mostró profusamente a la prensa. Al parecer, obra de un loco que logró un eco mediático inmediato. En ambos casos, los más recientes y los de las balas, Correos no detectó nada (¡!).
En 2001 se denunció en España el envío de unas 200 cartas cargadas con Antrax (carbunco) que luego se demostró ser una falsa alarma tras la apertura de los sobres y correspondiente análisis en el laboratorio NBQ del Ministerio de Defensa en La Marañosa. En aquella ocasión también se logró el objetivo: el impacto mediático inmediato y una gran alarma social.
Cuando se pusieron de moda unas postales de felicitación navideña o de cumpleaños que al abrirlas hacían sonar un villancico o un “happy birthday”, los detectores de rayos X de los organismos oficiales solían detectarlas y desecharlas por sospechosas. Hay algunas anécdotas muy divertidas con estas felicitaciones con batería y cables, pues llegaron a evacuarse edificios oficiales enteros. Era la época del plomo.
Durante décadas, la banda terrorista ETA estuvo enviando paquetes bomba a numerosos organismos y personas de renombre, como fue el caso del comunicador Carlos Herrera. Muchos de los envíos se detectaron gracias a los sistemas dispuestos al efecto. Recuerdo que en mi unidad militar toda la correspondencia entrante llevaba un sello que decía “Verificado por Rayos X”, lo que resultaba tranquilizador. Sin embargo, esos paquetes hicieron mucho daño allí donde no se disponía de detectores adecuados. Fue el caso del atentado a mi hermana Teresa.
Una llamada de mi mujer al teléfono oficial me lo anunció (entonces no teníamos móviles): lo acababa de escuchar en la radio. El 14 de marzo de 1988 se recibió un paquete en la sede de la calle Orfila de Madrid del sindicato independiente de funcionarios CSIF. Muchos de sus primeros afiliados eran funcionarios de prisiones que, a través del sindicato, se quejaron del trato de favor que recibían los presos de ETA. El sanguinario terrorista Henri Parot respondió a la queja con tres paquetes, dos de ellos dirigidos a directores de cárceles y detectados en ellas y un tercero a nombre de mi hermana, secretaria de organización del sindicato, profesora de medicina en la Universidad Complutense de Madrid y representante del sindicato de médicos.
No lo abrió ella, sino una compañera que perdió las manos, un ojo y ha luchado durante años con las secuelas de las gravísimas heridas sufridas. Mi hermana mayor estaba en la misma habitación y sufrió lesiones que hoy, 35 años después, siguen marcando su vida: siete operaciones de reconstrucción, problemas crónicos ocasionados por la fortísima medicación… en fin, invalidez total permanente con una visión en un solo ojo del 10% y cicatrices por todo el cuerpo. Le siguen saliendo objetos extraños, virutas de papel, hilos del jersey que quedaron profundamente incrustados bajo la piel… una brillante carrera profesional truncada para nada. Con dificultad, se acepta lo accidental, pero no lo doloso; ver a Parot sonriendo cínicamente a las cámaras después de haber truncado tantas vidas jóvenes cargadas de ilusiones, es volver a sufrir el mismo dolor una y otra vez. No soy partidario de la pena de muerte, pero esa gente debería salir de la cárcel tras cumplir varias cadenas perpetuas en el interior de un plumier de pino. La legislación española es demasiado blanda; gracias a ella están saliendo a la calle terroristas que no han mostrado arrepentimiento ni solicitado el perdón de sus víctimas. Duele.
Tras el atentado, los primeros en sufrir la tragedia fueron, además de mi hermana, mis padres, con los que ella vivía. Creo que mi madre nunca llegó a superarlo, aunque el carácter luchador y positivo de Teresa y de mi padre alivió la carga a toda la familia. Recuerdo que la noche del atentado nuestro padre me pidió que ejerciera de portavoz de la familia: tuve que atender a los medios, al ministro de Administraciones Públicas, Almunia por aquel entonces, y a numerosos altos cargos que se interesaron por su estado en el hospital Clínico San Carlos, donde ella daba las clases prácticas de medicina interna y traumatología. Su compañera fue atendida en la Cruz Roja de la calle Reina Victoria a donde nos desplazamos mi padre y yo para interesarnos por su estado. Las dos luchaban por su vida a la espera de evolución y quirófano. Afortunadamente no llegaron a aparecer en las listas de asesinados por ETA, pero dos familias sufrieron y siguen sufriendo las consecuencias de aquel atentado que supuso un antes y un después en nuestra existencia.
En aquella época ETA movía el árbol y el PNV recogía las nueces. Hoy la cosecha es mayor y quien las recoge son los propios terroristas y sus correligionarios (filoetarras), que ven cómo les acercan a sus pueblos y van saliendo en libertad por la puerta de atrás de las prisiones vascas gracias al PNV, Bildu, Podemos y el PSOE. Más de 300 asesinatos sin resolver y sin arrepentimiento por el enorme dolor causado. No hay compasión para los heridos, los huérfanos, las viudas y todos aquellos inocentes que sufrieron directa o indirectamente el zarpazo del terrorismo sinsentido y ciego. Hubo quien dijo que las víctimas de uniforme lo llevábamos incluido en el sueldo… y quien sigue refiriéndose a los hechos de aquella época de sinrazón como “lucha armada”.
No frivolicemos con las cartas bomba o con balas en su interior, pues años después de los atentados, las víctimas del terrorismo real siguen sufriendo en silencio y cayendo en el olvido. Mi hermana ya no recibe las innumerables visitas de los primeros meses. De vez en cuando las redes sociales recuerdan a los mártires del holocausto terrorista español, pero sólo se hacen eco de los muertos, no de los heridos y familiares.
Yo también soy una víctima y ni perdono ni olvido.
Sólo pido dignidad para los afectados y justicia para los verdugos de ilusiones y vidas.
Manfredo Monforte Moreno
GD(R) Dr. Ingeniero de Armamento. Artillero.
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares.