Turquía toma a la OTAN como rehén

En la Edad Media, pedir rescate por un caballero era una práctica habitual en el campo de batalla; hoy en día sigue siendo rutinaria en las relaciones internacionales. Por ejemplo, el pasado diciembre Rusia traspasó a Estados Unidos a la jugadora de baloncesto Brittney Griner a cambio de un traficante de armas, Viktor Bout. En septiembre, Irán liberó a cinco estadounidenses acusados de espionaje a cambio de casi 6.000 millones de dólares en ingresos del petróleo congelados en un banco surcoreano. El destino de unos 240 rehenes tomados por Hamás en su ataque a Israel del 7 de octubre desempeña un papel clave en el desenlace del conflicto.

Hace cinco años, Nate Schenkkan, director de proyectos de Freedom House, señaló que la toma de rehenes se había convertido en una característica de la política exterior de Turquía. El ejemplo más destacado es el del pastor estadounidense Andrew Brunson, que, junto con su esposa, dirigía una pequeña iglesia cristiana en Esmirna.

Brunson fue detenido en 2016, tres meses después del intento de golpe de Estado en Turquía, bajo sospecha de ser «una amenaza para la seguridad nacional.» El Presidente Recep Tayyip Erdogan dejó claras las intenciones de Turquía. Respecto al imán turco Fethullah Gülen, residente en Pensilvania y acusado de estar detrás del intento de golpe, Erdogan dijo a los estadounidenses: «Tenéis otro pastor en vuestras manos. Dadnos a ese pastor y haremos lo que podamos en la justicia para daros a éste».

Sin embargo, a Erdogan le salió el tiro por la culata. Con un ojo puesto en su apoyo de los evangélicos, la reacción del presidente Donald Trump fue inflexible. Se impusieron sanciones a dos destacados ministros turcos, lo que provocó que la lira y el bono turco de referencia a diez años tocaran mínimos históricos. Ese año, la lira, ya de por sí grogui, cayó casi un 40% frente al dólar estadounidense. Como consecuencia, el pastor Brunson fue puesto en libertad.

Ahora, ha surgido una nueva oportunidad. Como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, Finlandia y Suecia solicitaron el ingreso en la OTAN en mayo del año pasado, pero Turquía y Hungría bloquearon su proceso de adhesión. La objeción inicial de Turquía fue que albergaban organizaciones terroristas, concretamente partidarios del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) kurdo y del movimiento Gülen.

Esto fue rápidamente elevado por el asesor de política exterior y portavoz de Erdogan, Ibrahim Kalin, a «un asunto de seguridad nacional». Tras la victoria electoral de Erdogan en mayo, Kalin ha sido nombrado jefe del MIT, la organización de seguridad nacional de Turquía, en una remodelación del gobierno.

Tras la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio del año pasado, Finlandia y Suecia acordaron en un memorando trilateral con Turquía prestar todo su apoyo a Ankara contra las amenazas a la seguridad nacional turca y poner fin a su embargo de armas. En consecuencia, en marzo de este año, el Parlamento turco aprobó formalmente la adhesión de Finlandia, al igual que el Parlamento húngaro.

Sin embargo, Turquía sigue teniendo un asunto pendiente con Suecia. Turquía exigió inicialmente a Suecia la extradición de once miembros del PKK y diez gulenistas, pero tras la cumbre de Madrid, la cifra se disparó a setenta y tres. Después de que una efigie de Erdogan fuera colgada frente al ayuntamiento de Estocolmo en enero de este año, Erdogan aumentó el número a 130.

En enero se produjo un segundo agravio: se permitió a un provocador antiislamista quemar un Corán cerca de la embajada de Turquía en Estocolmo. Volvió a ocurrir en junio de este año ante una mezquita de Estocolmo.

Tras el incidente de la quema del Corán en enero, Erdogan dejó claro: «Si no mostráis respeto por las creencias religiosas de la República Turca o de los musulmanes, no recibiréis de nosotros ningún apoyo para ingresar en la OTAN».

En un intento de allanar el camino para el ingreso de Suecia, el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, negoció un Pacto de Seguridad bilateral entre Turquía y Suecia en la cumbre de la OTAN celebrada en Vilna en julio. En consecuencia, Suecia reiteró que no prestaría apoyo al YPG/YPD (homólogo sirio del PKK) ni a los gulenistas.

Además, Suecia acordó intensificar su cooperación económica con Turquía y apoyar activamente los esfuerzos para «revitalizar» el proceso de adhesión de Turquía a la UE. La espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Suecia es que su ingreso en la OTAN depende de la ratificación del Parlamento turco, donde se ha estancado.

El Vicepresidente de Turquía, Cevdet Yilmaz, ha declarado al Financial Times que Suecia debe tomar «medidas concretas» contra el terrorismo para asegurarse el apoyo de Ankara a su candidatura a la OTAN. Pero las perspectivas de que esto ocurra son escasas. El Tribunal Supremo de Suecia ha bloqueado la extradición de miembros del movimiento Gülen, que es una exigencia clave de Turquía para que respalde el ingreso de Suecia en la OTAN.

No obstante, el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha ofrecido un trato a Turquía. El Gobierno de Biden seguirá adelante con la venta de aviones de combate F-16 a Turquía por valor de 20.000 millones de dólares, ya que, al parecer, los turcos acordaron en Vilna retirar sus objeciones al ingreso de Suecia en la OTAN. El problema es que la venta tiene que ser aprobada por el Congreso, que no se muestra muy proclive a ello, sobre todo después del claro apoyo de Erdogan a Hamás.

Erdogan no se ha andado con rodeos. Como él mismo declaró: «Están vinculando a Suecia con los F-16. … A su vez, nosotros decimos que no. … A su vez, decimos que si ustedes tienen un Congreso, nosotros tenemos un Parlamento».

Ahora ha llegado la hora de la verdad, y la pregunta es: ¿quién pestañeará primero?

Fte. The National Interest (Robert Ellis)

Robert Ellis es asesor internacional del RIEAS (Research Institute for European and Amerian Studies) de Atenas.