Una de las características más destacables de la especie humana es su capacidad de adaptación. Esa capacidad ha sido la clave de la supervivencia y nos ha permitido hacer frente a todos los retos que la biosfera como ecosistema global nos ha ido planteando desde la noche de los tiempos.
“Mil millones de muertos hicieron al hombre acreedor a su inmunidad, al derecho a sobrevivir entre los infinitos organismos de este planeta”.
(Final de la conocida obra de H.G. Wells “La guerra de los mundos”)
Tradicionalmente, el proceso de lecciones aprendidas, o de mejora continua como se le conoce en el mundo empresarial, se basa en la conocida secuencia: acción – observación – análisis – reacción – validación – acción. La humanidad ha aplicado este proceso desde tiempo inmemorial y ha sido uno de los responsables de esa extraordinaria capacidad de adaptación.
El ciclo consume tiempo y recursos y consiste en aprender lecciones de experiencias pasadas para evitar repetir errores ya cometidos e identificados, si se presentara la ocasión de nuevo. De todas las variables que intervienen en el proceso, sin duda, el tiempo es la más importante por la imposibilidad actual de controlarla. Todas las acciones consumen tiempo.
Cuando se aborda la cuestión de las lecciones aprendidas, tanto en el mundo civil como en el militar, se tiene la percepción generalizada de que el proceso falla al no dar respuesta, en tiempo útil, a los problemas detectados. Sin embargo, en mi opinión, lo que falla no es el proceso en sí mismo sino la creciente falta de adaptación del proceso a la variable “tiempo”. Dadas las tendencias actuales y el acelerado ritmo de la actividad humana en todos los campos, por mucho que se optimice el proceso, el desajuste temporal se irá incrementando.
Este desajuste temporal es observable y todos los intentos por superar el problema, desde una perspectiva tradicional de optimización de procesos, conducen al mismo fracaso. El tiempo y los acontecimientos se aceleran a mayor ritmo que la optimización del proceso de lecciones aprendidas. Ya es evidente. En un mundo globalizado donde la transmisión de la información es instantánea y la tecnología avanza a un ritmo abrumador, la realidad se mueve a un ritmo que desborda la capacidad de aprender de cualquier organización.
Podemos concluir que la clave del problema es el tiempo.
¿Qué podemos hacer?
Siendo el tiempo una magnitud física, forzosamente deberemos apoyarnos en la Física para buscar las claves de la respuesta a esa pregunta.
Dos momentos estelares (desarrollos destacados) de la Física como son: la teoría restringida de la relatividad y el principio de mínima acción, de forma combinada, nos podrían proporcionar un sustento teórico consistente con el problema que queremos resolver. Es una cuestión de enfoque.
Si hay una teoría que aborda desde una nueva perspectiva la cuestión del tiempo, esa es la teoría restringida de la relatividad de Albert Einstein que rompe con el paradigma newtoniano del espacio y el tiempo al considerar que ambos están relacionados. Para el desarrollo de su teoría, Einstein utilizó el método de las experiencias pensadas. Este método consiste en diseñar y desarrollar un experimento teórico para obtener unas conclusiones teóricas que posteriormente serán validadas con la experiencia. De esa forma se ahorra tiempo y recursos.
Por otra parte, el principio de Hamilton o de mínima acción postula que, para sistemas de la mecánica clásica, la evolución temporal de todo sistema físico se da de tal manera que una cantidad llamada «acción» tiende a ser la mínima posible. Es decir que la naturaleza, de forma natural, tiende a ser eficiente en el uso de recursos.
Podemos concluir que la Física nos orienta hacia una posible solución para resolver la cuestión del desajuste temporal. Por un lado nos hace reflexionar sobre el uso que hacemos del tiempo y, al plantearnos una visión menos lineal, nos permite orientar nuestros esfuerzos hacia una búsqueda de soluciones en el futuro con un ahorro en tiempo en el proceso de implementación de las mejoras. Por otro lado, nos recuerda la importancia de la eficiencia del proceso que se traduce en un ahorro de recursos a emplear.
¿Es posible aprender lecciones del futuro?
Es posible y no es una novedad. Lo que ocurre es que no se utiliza con frecuencia. Poniendo el foco en mejorar lo que se ha hecho, no se presta atención en mejorar lo que está por hacerse. La experimentación y el desarrollo de conceptos (CD&E, por sus siglas en inglés), al permitir crear escenarios futuros para aprender lecciones, es la herramienta ideal para optimizar el proceso de mejora continua.
El ciclo aquí sería ligeramente diferente y consistiría en: creación de escenarios realistas – acción – observación – análisis – reacción – validación – guardar – aplicar en momento oportuno.
La cuestión no es ya si se pueden aprender lecciones del futuro, la cuestión es ¿cómo es posible que no estemos haciéndolo? No se trata de abandonar el clásico uso del tiempo en pasado, se trata de aprovechar también el tiempo futuro.
Si fuéramos capaces de definir todos los escenarios posibles, la organización, los procedimientos, los recursos, y la tecnología necesaria, sólo sería necesario establecer el camino critico entre dichos escenarios para conducir a un competidor (siempre adaptativo) de uno a otro hasta extenuarlo o colocarlo en condiciones de superarlo o neutralizarlo.
Las máquinas podrán dar un impulso enorme a la optimización de los procesos de lecciones aprendidas y de mejora continua. La inteligencia artificial ayudará a anticipar el futuro y utilizar el tiempo de forma más eficiente. La combinación de ambas representará un peligro a largo plazo para la humanidad debido a su mayor velocidad de adaptación. La integración hombre-máquina sólo representará un paso intermedio y permitirá al hombre alcanzar metas hoy no soñadas. Sin embargo, el hombre será siempre el eslabón más débil en el proceso adaptativo frente a las máquinas inteligentes. Pero eso, es otra historia.
Coronel de Infantería (DEM) ET. Juan Carlos González Cerrato
Asociación Española de Militares Escritores