En la actual situación que vive Europa, se antoja imposible encontrar a alguien a quien no lleguen, al menos una vez al día, noticias sobre la OTAN. Pero más allá de su carácter de alianza defensiva militar del mundo occidental, ni los medios de comunicación ni los ciudadanos tienen una idea clara de la organización, estructura y misiones de la misma. Como otras muchas instituciones supranacionales, la Alianza se identifica con su logo, consistente en una estrella de cuatro puntas blanca, azul y verde; sus siglas, NATO u OTAN, y una expresión que se encuentra en muchos de sus documentos y que define el carácter de la relación entre sus miembros. Se trata del «transatlantic link», o vínculo transatlántico.
El vínculo transatlántico es el lazo espiritual que une las orillas occidental y oriental del océano que baña a muchos de sus países miembros, aunque no a todos, y mucho menos desde hace unos pocos años. Este vínculo se estableció antes de1949, fecha de la creación de la Alianza Atlántica, en el momento en que los norteamericanos se unieron, como antes sus vecinos canadienses, al esfuerzo aliado contra la Alemania nazi. Tras el triunfo, el temor a la amenazante Unión Soviética de Stalin hizo posible el Tratado de Washington, firmado por doce países en su inicio y que cuenta con treinta signatarios en la actualidad.
Su significado se entiende como la expresión de un compromiso entre países que comparten los mismos valores y los mismos principios ligados a la democracia y a la libertad de sus ciudadanos, y también como la asunción de una responsabilidad compartida en la defensa de esos valores. Este compromiso formalizado en Washington, la asunción por todos del mecanismo de toma de decisiones por consenso, que las convierte en unánimes tras el consiguiente proceso de acercamiento de posturas, y la contundencia de la respuesta de la Alianza ante un ataque armado a cualquiera de sus miembros expresado en su emblemático Artículo V y apoyado por la capacidad nuclear de los Estados Unidos, mantuvo una «paz helada» a ambos lados del llamado «telón de acero», frontera entre los países signatarios y los comunistas, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1989, fecha de la caída de la Unión Soviética. En definitiva, el triunfo de una Alianza militar vencedora sin tener que superar un conflicto previo.
¿Ejército de la UE o pilar europeo de la Alianza? El condicionamiento de las tres D.
Entonces, paradójicamente, empezaron a replantearse algunos la propia existencia del hasta entonces exitoso «transatlantic link». Desaparecida la URSS, mantener la OTAN carecía de sentido, se decía en algunos foros. En Europa, se experimentaba con embriones de organizaciones de defensa europeas como la UEO, y Grandes Unidades como la Brigada Franco-Alemana y el Cuerpo de Ejército Europeo. Se hablaba de conceptos como «separables pero no separadas» al tratar de fuerzas militares que atendieran a necesidades de defensa específicas de USA o de Europa, todo ello mientras el peso mayoritario del fardo de los gastos y el elemento principal de la disuasión, el poder nuclear, corrían abrumadoramente del lado estadounidense.
Tras la declaración de Saint-Malo, emitida por los gobiernos de UK y Francia en su cumbre bilateral de 1998: «la Unión Europea debe disponer de una capacidad autónoma de acción, apoyada por fuerzas militares creíbles», la Secretaria de Estado Madeleine Albright, en la reunión de Ministros de Exteriores de la OTAN en Diciembre de ese año , expreso la respuesta norteamericana a la misma, recalcando el entusiasta apoyo USA hacia medidas que incrementaran las capacidades (militares) europeas, pero planteando al mismo tiempo tres elementos de juicio a considerar: no desligar la Iniciativa Europea de Seguridad y Defensa de la OTAN (de-linking): evitar duplicaciones (de- duplication) y evitar cualquier tipo de discriminacion ( discrimination) con los miembros europeos de la OTAN no miembros de la UE, caso de Turquia. Estos elementos fueron denominados desde entonces «las tres D», condiciones que debían mantenerse, en cualquier caso.
Lo sucedido entre las postrimerías del siglo XX y la actualidad ha brindado a todos la posibilidad de extraer lecciones valiosas: los Estados Unidos solos frente al mundo, con el paraguas de la OTAN cerrado, sienten frío (segunda guerra de Irak), y los resultados han sido, en muchos aspectos, catastróficos. Europa no contempla ni siquiera la posibilidad de quedarse sola frente al mundo: los piratas somalíes son una amenaza diferente al terrorismo islámico global o a las intenciones de aspirantes a la hegemonía mundial. Incluso en las operaciones en que la OTAN ha prevalecido, como en el caso de Kosovo, la solución política final de la independencia de la provincia fue considerada como una voladura del Acta Final de Helsinki por Rusia, con dolorosas consecuencias. Mientras tanto, la comunidad internacional, o al menos la parte que no pertenece a ese concepto a veces tan ambiguo de » Occidente», donde felizmente se van cobijando naciones que han vuelto a ser ellas mismas tras 1991, observa en un silencio a veces significativo las actividades de la OTAN.
La determinación de los países aliados frente a la agresión rusa a Ucrania es una excelente oportunidad para mostrar a los europeos un camino: la defensa compartida empieza por la defensa propia, la seguridad de todos se inicia con la firme convicción de cada uno de defender lo que es suyo. Europa es una gran potencia demográfica, económica y comercial. Prácticamente todos sus países se han conformado y cohesionado en la lucha con sus vecinos o con poderes exteriores. Todos ellos, hermanados felizmente hoy, han dado muestras continúas en la Historia de sus virtudes militares. Solo falta un liderazgo auténtico y profundo, basado escrupulosamente en los valores de nuestra civilización para asumir la inmensa tarea de equilibrar el hasta ahora desequilibrado vínculo, cuyo valor sea quizás ahora más importante que nunca.
La búsqueda del equilibrio entre las dos orillas atlánticas
Porque, y eso es una realidad palpable, el lazo transatlántico es un compromiso entre dos partes muy desequilibradas en el argumento más importante de una alianza defensiva: la fuerza militar. Mientras la supremacía convencional y nuclear de la OTAN se encuentra en Norteamérica, las sucesivas ampliaciones de la organización se han producido en Europa, en la vecindad próxima del antiguo enemigo «convencional», extendiendo considerablemente el territorio a defender sin un incremento proporcionado de la capacidad para defenderlo, debido a las características demográficas y económicas de los nuevos miembros.
El futuro del vínculo, en mi opinión, puede resumirse en una frase: búsqueda del equilibrio. Una búsqueda ligada a la asunción por Europa de que, fundamentalmente, la amenaza pende sobre ella, y en consecuencia debe asumir de una vez por todas que sus Fuerzas Armadas deben estar al nivel de su potencial tecnológico, industrial, demográfico y social. Y ello incluye una capacidad nuclear digna de ese nombre, y no desligada de la Alianza, sino parte de la concepción estratégica de la misma. Del mismo modo, en un vínculo transatlántico reequilibrado, el incremento de esa capacidad militar europea debe hacerse sentir en las estructuras de mando, en las capacidades de despliegue y, sobre todo, en la firme determinación de todos sus miembros, cualesquiera que sean su tamaño e importancia, de imponerse al adversario en cualquier circunstancia. En definitiva, considerar la pertenencia a la OTAN como la inserción de un elemento importante en su coraza y no como el tranquilizador ingreso en un corral seguro protegido por torres más firmes que las propias.
Marín Bello Crespo
General de Brigada de Infantería (R)
Asociación Española de Militares Escritores