La razón por la que los avances tecnológicos no son más determinantes en la guerra es que sólo son una parte de lo que determina los resultados. La forma en que los combatientes emplean su tecnología y se adaptan al equipamiento del enemigo es al menos igual de importante, y a menudo más.
Esto ha sido así desde los albores de la era moderna. Durante más de un siglo, las armas han sido lo suficientemente letales como para que los ejércitos que despliegan sus fuerzas en campo abierto sufrieran pérdidas aniquiladoras. Ya en 1914, tan sólo cuatro cañones de 75 milímetros podían saturar un área del tamaño de un campo de fútbol con fragmentos de proyectiles letales en una sola descarga. Una versión francesa, el modelo Soixante-Quinze de 1897, podía hacerlo 15 veces en un minuto con munición adecuada. Un ejército que se limitara a cargar contra defensas armadas con tales armas estaría cometiendo un suicidio. Incluso los tanques fuertemente blindados pueden ser destruidos en masa por las armas antitanque modernas si operan de esta manera: los tanques británicos que cargaron contra los cañones antitanque alemanes en Goodwood y los tanques alemanes que cargaron contra los cañones antitanque soviéticos en Kursk ofrecen ejemplos ilustrativos.
En consecuencia, la mayoría de los ejércitos se adaptan a la potencia de fuego moderna. A veces esto significa desplegar nuevas herramientas para contrarrestar la tecnología enemiga: los cañones antitanque fomentan el desarrollo blindajes más pesados, lo que a su vez fomenta cañones antitanque más poderosos, luego blindajes aún más pesados, y así sucesivamente. Durante la guerra de Ucrania ya se han producido múltiples ciclos de estas carreras de medidas y contramedidas tecnológicas. Por ejemplo, los costosos y sofisticados drones fueron contrarrestados por misiles antiaéreos guiados, lo que animó a los combatientes a desplegar drones más sencillos, baratos y numerosos, que han sido contrarrestados por artillería antiaérea más sencilla y barata e interferidores portátiles, y así sucesivamente. Los sistemas de misiles guiados de largo alcance HIMARS que Estados Unidos proporcionó a Ucrania en junio de 2022 se basan en señales GPS para su guiado; los rusos ahora interfieren rutinariamente las señales, lo que ha reducido drásticamente la precisión de los misiles. Las contramedidas técnicas son omnipresentes en la guerra y limitan rápidamente el rendimiento de muchas armas nuevas.
El número de bajas en Ucrania no ha sido inusualmente alto en comparación con la historia.
Pero las adaptaciones más importantes no suelen ser tecnológicas, sino operativas y tácticas. Implican cambios en la forma en que los ejércitos emplean las herramientas de que disponen. Hace más de un siglo, los ejércitos desarrollaron tácticas que reducían su exposición al fuego enemigo explotando la dispersión, la cobertura, la ocultación y el fuego de supresión. La compleja topografía de la superficie terrestre ofrece muchas oportunidades de cobertura (obstáculos impenetrables como las laderas) y ocultación (obstáculos opacos como el follaje), pero sólo si los ejércitos se dispersan dividiendo las grandes formaciones masivas en subunidades más pequeñas que puedan encajar en las manchas de bosque, los interiores de los edificios y los pliegues irregulares de la tierra que ofrecen las mayores oportunidades de escapar del fuego hostil.
Durante siglos, los ejércitos han aumentado su protección natural excavando trincheras, búnkeres y obras de campaña. En 1917, ldescubrieron que combinando el fuego de supresión con saltos de cobertura en cobertura, podían reducir las bajas durante los breves periodos de exposición a los disparos y sobrevivir al avance en el campo de batalla. Los atacantes aprendieron a combinar infantería, carros de combate, artillería, ingenieros, aviación y otros elementos para hacer posible este estilo de combate de «fuego y movimiento»: infantería que podía ver a los enemigos ocultos, carros de combate que podían llevar potencia de fuego hacia delante para destruir a los enemigos, artillería para proporcionar fuego de supresión para cubrir el movimiento de los atacantes, zpadores que podían eliminar minas y aviación para atacar desde arriba y proteger a las tropas de los aviones enemigos. Los defensores aprendieron a distribuir las fuerzas atrincheradas en profundidad para retrasar los avances ofensivos de dichos atacantes mientras las reservas de retaguardia maniobraban para reforzar las defensas en el punto amenazado. Estos métodos fueron los que rompieron el estancamiento de las trincheras en 1918, y desde entonces se han venido aplicando continuas ampliaciones de estos conceptos.
Las fuerzas aéreas, a diferencia de las terrestres, no pueden atrincherarse para cubrirse y seguir volando en misiones de combate, pero pueden evitar el fuego enemigo de otras maneras. Pueden restringir sus vuelos a altitudes y trayectorias diseñadas para evadir las defensas aéreas enemigas. Pueden coordinar sus operaciones con fuerzas terrestres u otras aeronaves de forma que supriman el fuego de las defensas aéreas enemigas durante breves periodos de exposición. Pueden desplazarse entre varias pistas para reducir la vulnerabilidad a los ataques preventivos en tierra. Y también pueden reducir la densidad de su formación en vuelo; las incursiones masivas de miles de bombarderos de la Segunda Guerra Mundial son ya cosa del pasado. A medida que las armas antiaéreas se han ido haciendo más letales, las fuerzas aéreas, al igual que las terrestres, se han ido adaptando cada vez más para reducir su vulnerabilidad.
Estos métodos pueden ser extremadamente eficaces cuando se emplean correctamente. Sin el obstáculo del fuego de supresión, una sola dotación de misiles antitanque guiados BGM-71 puede destruir siete tanques a distancias de más de kilómetro y medio en sólo cinco minutos. Si el fuego de supresión les obliga a ponerse a cubierto y a desplazarse entre disparo y disparo, su tasa de destrucción puede reducirse a un tanque o menos. Una compañía de infantería de 100 soldados agrupada en campo abierto en un frente de 200 yardas puede ser aniquilada por una sola descarga de artillería hostil; dispersada en un frente de 1.000 yardas con una profundidad de 200 yardas, la misma unidad podría sufrir menos del diez por ciento de bajas. Si la unidad se ha ocultado incluso parcialmente y la artillería falla en el centro de la formación, las pérdidas podrían reducirse hasta un cinco por ciento.
La dispersión también puede hacer que los objetivos no merezcan ser atacados. Un proyectil de artillería de 155 milímetros guiado de 100.000 dólares es demasiado caro para dispararlo contra dos hombres, aunque un dron localice perfectamente su posición. Contra soldados dispersos por el campo de batalla, resulta más económico intentar alcanzarlos con proyectiles no guiados, más baratos. Pero eso también tiene sus inconvenientes: la artillería se arriesga a ser detectada cada vez que hace fuego, por lo que disparar múltiples proyectiles no guiados contra un único objetivo pequeño hace que sea vulnerable a la contrabatería a cambio de un resultado limitado. Los aviones que podrían ser derribados rápidamente si sobrevolaran las defensas aéreas enemigas son mucho menos vulnerables si lo hacen bajo el radar enemigo disparando desde detrás de las líneas amigas.
Sin embargo, estos métodos pueden ser difíciles de aplicar correctamente. La mayoría de los ejércitos pueden gestionar la dispersión, la cobertura y la ocultación a nivel de pequeñas unidades, aunque sólo sea atrincherándose, lo que reduce el número de bajas, pero también limita lo que un ejército puede lograr si esto es todo lo que puede hacer. Las fuerzas aéreas pueden restringirse a bajas altitudes en zonas seguras de retaguardia, pero esto limita su contribución a los combates.
La guerra de Ucrania es más evolutiva que revolucionaria.
Para conquistar terreno a gran escala e impedir que lo haga el enemigo se necesitan fuerzas que coordinen defensas profundas con reservas móviles; que combinen infantería, blindados, artillería, ingenieros, defensa antiaérea, etc., en la ofensiva; y que integren fuego y movimiento a gran escala, y éstas son tareas mucho más difíciles. Algunos ejércitos dominan estas habilidades, otros no. Cuando las defensas son profundas, están preparadas y respaldadas por reservas móviles, se ha demostrado en repetidas ocasiones que son muy difíciles de atravesar, independientemente de si los atacantes tienen tanques o armas guiadas de precisión. Pero cuando las defensas son poco profundas, están mal preparadas o no cuentan con el apoyo adecuado de reservas, los atacantes que pueden aplicar métodos de armas combinadas y de fuego y movimiento a gran escala han sido capaces de atravesarlas y tomar terreno rápidamente, incluso sin carros de combate ni armas guiadas de precisión. Pensemos, por ejemplo, en los avances de la infantería alemana en 1918 o en las victorias ucranianas frente a los drones y las armas de precisión rusas en Kharkiv en 2022.
Las nuevas tecnologías importan, pero las adaptaciones que los ejércitos han ido adoptando desde 1917 reducen drásticamente sus efectos sobre los resultados. Las armas de precisión, que son devastadoras en el campo de pruebas o contra objetivos expuestos y masivos, producen un número de bajas mucho menor contra fuerzas dispersas y ocultas. Y a medida que las armas se han ido haciendo más letales con el paso del tiempo, las adaptaciones de los ejércitos han seguido el mismo ritmo. En el siglo XIX, por ejemplo, los ejércitos solían concentrar sus fuerzas en el campo de batalla entre 2.500 y 25.000 soldados por kilómetro cuadrado. En 1918, esas cifras se redujeron diez veces. En 1945, se habían reducido en otro factor de diez. En el momento de la Guerra del Golfo de 1991, una fuerza del tamaño de la de Napoleón en Waterloo estaría repartida en un área unas 3.000 veces mayor que la que ocupó el Ejército francés en 1815.
Esta combinación de tecnología cada vez más letal, pero contra objetivos cada vez más dispersos y ocultos ha producido cambios netos mucho menores en los resultados obtenidos a lo largo del tiempo de lo que cabría esperar observando únicamente las armas y no su interacción con el comportamiento humano. Disponer de mejores herramientas siempre ayuda, y la ayuda occidental a Ucrania ha sido fundamental para que este país pueda hacer frente al Ejército ruso numéricamente superior. Pero el impacto real de la tecnología en el campo de batalla depende en gran medida del comportamiento de sus usuarios, y en Ucrania, como en el último siglo de guerras entre grandes potencias, ese comportamiento ha sido normalmente un mejor indicador de los resultados que las propias herramientas.
Más cambios
Aunque en la guerra de Ucrania se han empleado muchos equipos nuevos, su uso todavía no ha producido resultados transformadores. El número de bajas en Ucrania no ha sido inusualmente alto en comparación con la historia. Los atacantes en Ucrania a veces han podido avanzar y a veces no; no ha habido un patrón de estancamiento defensivo uniforme. Esto se debe a que los combatientes ucranianos han respondido a las nuevas armas letales igual que lo hicieron sus predecesores: adaptándose con una combinación de contramedidas técnicas y nuevas extensiones de tendencias centenarias hacia una mayor dispersión, cobertura, ocultación y fuegos supresivos que han reducido la exposición de ambos bandos a la potencia de fuego hostil.
Las pérdidas siguen siendo cuantiosas, como ha ocurrido a menudo en las grandes guerras, pero el número de bajas en Ucrania no ha impedido que se produzcan importantes avances terrestres en las ofensivas de Kiev, Jarkiv y Kherson. El éxito en el ataque es difícil, y normalmente requiere la combinación de habilidad ofensiva y error defensivo, como ha ocurrido durante generaciones. En Ucrania, como en el pasado, cuando los hábiles atacantes han atacado defensas poco profundas, mal preparadas y con reservas o apoyo logístico inadecuados, han logrado abrirse paso. Pero en Ucrania, como en el pasado, cuando ha faltado esta combinación, el resultado ha sido normalmente el estancamiento. No se trata del resultado de drones o del acceso a Internet de banda ancha, ni de nada transformador. Es una extensión marginal de tendencias y relaciones de larga data entre la tecnología y la adaptación humana.
Si la guerra de Ucrania es más evolutiva que revolucionaria, ¿qué significa esto para la planificación y la política de defensa? ¿Deberían los países occidentales abandonar la búsqueda de armas y equipos modernos y congelar el desarrollo de doctrinas? Por supuesto que no. El cambio evolutivo no deja de ser cambio, y el objetivo de la adaptación es que los ejércitos adopten nuevos métodos y equipos. Un tanque de 1916 tendría pocas posibilidades en el campo de batalla de 2023: las tasas de desgaste estables de la guerra desde la Primera Guerra Mundial son producto de la adaptación continua y bilateral en la que los combatientes siempre han trabajado para evitar que sus rivales ganen mucha ventaja.
Sin embargo, el quid de la tesis de la revolución es un argumento sobre el ritmo y la naturaleza del cambio necesario. Si la guerra se está revolucionando, la actualización tradicional y progresiva de ideas y equipos es insuficiente y se necesita algo más radical. Los tanques, por ejemplo, no deberían modernizarse, sino abandonarse. Los sistemas robóticos deben sustituir rápidamente a los humanos. La preparación para la acción ofensiva a gran escala debería sustituirse por un fuerte énfasis en la defensa y por la prohibición de atacar salvo en condiciones excepcionales.
La guerra en Ucrania, hasta la fecha, ofrece poco apoyo a tales ideas. Todavía está en curso, las pruebas son imperfectas y el curso futuro de los combates podría ser diferente. Pero hasta ahora, pocos de los resultados observables concuerdan con la expectativa de un cambio revolucionario en los resultados o la necesidad de un reequipamiento radical o una transformación doctrinal. Esto también es coherente con la experiencia anterior. Han pasado casi 110 años desde la introducción del carro de combate en 1916. Algunos han argumentado que está obsoleto debido a las mejoras tecnológicas en las armas antitanque. Este argumento ha sido habitual durante más de 50 años, o casi la mitad de toda la historia del carro de combate. Sin embargo, en 2023, ambos bandos de Ucrania siguen confiando en los tanques y hacen todo lo posible por hacerse con más de ellos.
Las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos se rediseñaron en la década de 1950, partiendo del supuesto de que la revolución nuclear había sustituido a la guerra convencional y que los aviones del futuro se necesitarían principalmente para transportar armas nucleares. La posterior guerra no nuclear de Vietnam se libró con fuerzas aéreas diseñadas para un futuro transformador que nunca llegó y que resultaron inadecuadas para la guerra que realmente libraron. O consideremos la doctrina del Ejército estadounidense, que fue remodelada en 1976 para reflejar la opinión de que las armas de precisión habían hecho que la acción ofensiva resultara prohibitivamente costosa en la mayoría de las condiciones, dando lugar a un nuevo énfasis en la defensa principalmente estática desde posiciones preparadas. Esta doctrina de «Defensa Activa» era muy original, pero estaba mal concebida y tuvo que ser abandonada en favor del concepto más ortodoxo de «Batalla Aérea» que se empleó durante la exitosa acción ofensiva en Kuwait en 1991.
Los llamamientos a la revolución y la transformación han sido habituales en el debate sobre defensa en las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En la mayoría de los casos no han salido bien parados a la luz de la experiencia observada en ese tiempo. Tras un año y medio de guerra en Ucrania, no hay motivos para pensar que esta vez se les vaya a dar la razón.
Fte. Foreing Affairs (Stephen D. Biddle)
Stephen D. Biddle es un autor, historiador, analista de políticas y columnista estadounidense cuyo trabajo se concentra en la política exterior de Estados Unidos. Actualmente, es profesor de Asuntos Públicos e Internacionales en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Columbia