«Hemos estado sacando a nuestras tropas de Irak con bastante rapidez y esperamos con ansia el día en que no tengamos que estar allí». Con estas declaraciones el presidente de los Estados Unidos de América anunciaba en agosto la retirada de las tropas del Irak tras acordar una «nueva fase» de cooperación militar con el gobierno del país.
Las palabras de Donald Trump certifican el plan de retirada de los Estados Unidos de zonas claves de Oriente Medio y Asia del Sur como parte del fin de la presencia militar norteamericana que promulgaba en el programa electoral que le llevó a la Casa Blanca.
El anuncio de la retirada de Irak se ha realizado tras el regreso a casa de 8,600 militares desplegados en Afganistán, siguiendo los compromisos por parte de la Casa Blanca tras los acuerdos firmados el 29 febrero con los talibanes.
La retirada de una de las zonas de mayor tensión del globo y caldo de cultivo de múltiples amenazas terroristas no deja la estabilidad deseada y buscada al inicio de las diferentes campañas en Oriente Medio y el Suroeste Asiático. De hecho, la guerra en Afganistán es la más larga de la historia de los Estados Unidos, extendiéndose durante 19 largos años finalmente tienen fecha de caducidad: Abril de 2021, fecha en la que las tropas con la bandera de barras y estrellas abandonarán definitivamente el país.
Agotamiento
Tras casi dos décadas de luchas e inversiones billonarias la situación el Afganistán parece más un déjà vu que una nueva realidad. Los principales analistas internacionales coinciden en sus artículos y análisis en un factor clave que resume la situación en la zona: «Agotamiento».
Agotamiento es, hoy por hoy, la palabra que mejor define la anquilosada situación del pueblo afgano que ve como tras décadas de guerra, ocupación y negociaciones entre gobierno nacional, Estados Unidos y talibanes con el fin de lograr una paz negociada no terminan de ofrecer la realidad de un estado libre y democrático, donde régimen de los talibanes ha salido definitivamente de la ecuación.
La realidad de Afganistán décadas más tarde es una ciudadanía que cuenta tiempos de inestabilidad, violencia y guerra por generaciones.
En medio de esta situación las partes implicadas afrontan las próximas negociaciones que se darán lugar en Doha con diferencias notables. Por una parte, los negociadores talibanes se presentarán como un núcleo duro y unificado frente a una delegación del gobierno afgano dividida y no muy bien preparada en representación de una República Islámica, cuyos gobernantes no son reconocidos por los talibanes.
La visión del futuro del país difiere en partes y posturas enfrentadas presentan visiones opuestas a la hora de plantear el nuevo Afganistán post-estadounidense.
20 años y 2 billones para regresar al principio
Tras casi dos décadas de luchas y combates el equilibrio sigue en el aire. Si bien las escaramuzas militares en tierra han disminuido, en los últimos años se han incrementado exponencialmente el número de bombas arrojadas por parte de la fuerza aérea norteamericana. Según el U.S. Central Command Data sus aviones lanzaron más de 7,300 bombas sólo en 2018, un 60% más que las arrojadas en 2017, cebra que multiplica por siete las empleadas en 2015.
El coste económico tras 19 años de conflicto militar en Afganistán para los Estados Unidos no ha sido pequeño, puesto que ha rebasado los 2 billones de dólares según reportaba en diciembre de 2019 el diario New York Times, en un artículo en el que se preguntaba si el dinero de los contribuyentes americanos había dado sus frutos, toda vez que en los últimos años los talibanes han retomado el control de gran parte del territorio que ha terminado por convertirse en la mayor fuente mundial de refugiados y migrantes.
Para comprender mejor las dimensiones de la factura de la guerra en Afganistán cabe recordar que la campaña norteamericana es superior al PIB de España en 2019. Con la diferencia aún se podrían pagar las pensiones durante los próximos cinco años.
Si el coste en términos de gasto económico se escribe en Europa con ‘B’ de billones, el coste en vidas también tiene unas cifras muy elevadas. Según el informe del Instituto Watson de la Universidad de Brown, la cifra de víctimas del conflicto supera las 147,000 muertes en el periodo comprendido entre 2001 y 2018, entre las que destacan los más de 38,000 civiles muertos durante casi dos décadas, 4,000 menos que el total de los combatientes opositores caídos en el mismo periodo.
El balance tras dos décadas
A punto de cumplirse los 20 años de contienda merece la pena realizar una reflexión para considerar el éxito o el fracaso de una campaña larga y costosa evaluando los resultados obtenidos.
Cuando el presidente George W. Bush anunció las acciones en Afganistán dejó claro que el objetivo era acabar con las operaciones de los terroristas y atacar a los talibanes.
La situación en 2020 dista mucho de las intenciones de cualquiera de los presidentes (Bush, Obama y Trump) que han heredado este conflicto, puesto que los talibanes están, si cabe, más fuertes que nunca por lo que el retorno esperado no coincide con el estado de la situación actual.
Un ejemplo de la evolución tras 19 años de dominación por parte de los Estados Unidos en el país de Asia del Sur se puede realizar a través de los resultados de la lucha contra el narcotráfico que se puso en marcha desde la primera fase de la ocupación.
Dentro de los objetivos para la nueva Afganistán estaba la contención de la producción y comercialización del opio, producto estrella de Afganistán que se ha convertido en una de sus principales exportaciones actual.
A pesar de la invasión del país, el control del gobierno, la formación de policías y militares realizada y la inversión de más de 10,000 millones de dólares dedicados exclusivamente a la lucha contra el narcotráfico en Afganistán, el país islámico se sitúa en la actualidad como el mayor producto de opio a nivel mundial suministrando el 80% de la heroína del planeta.
Según Naciones Unidas, cuando los talibanes tomaron el control del país entre 1996 y 2001, la producción de opino se redujo. En 2020 la nueva Afganistán ha encontrado en este narcótico la mayor fuente de ingresos y puestos de trabajo que se ha convertido, a su vez, en la fuente de financiación de los nuevos Talibanes.
Un pueblo harto de una guerra lejana
El cansancio que aflige a pueblo afgano y las instituciones mundiales también afecta a la ciudadanía americana como pone de manifiesto una nueva encuesta realizada por YouGov, donde los norteamericanos muestran su apoyo hacia una nueva política exterior centrada en el realismo de forma que sus líderes pongan en el punto de mira las necesidades internas urgentes, en lugar de lejanos proyectos en el extranjero que minan las arcas del estado.
El resultado de esta encuesta pone de manifiesto como 3 de cada 4 norteamericanos quiere que regresen a casa las tropas de Afganistán e Irak poniendo de relieve el deseo mayoritario de disminuir el coste de guerras y ocupaciones fuera de las fronteras. Los datos de la encuesta encargada por el Instituto Charles Roch deja en clara minoría al 7% de la población que aún considera que los EE.UU deberían ser más productivos fuera de sus fronteras.
El 75% de los encuestados pone de manifiesto un sentir común en el que el gobierno de los EE.UU debería centrarse en los problemas domésticos como principal prioridad.
Afganistán también protagoniza las ‘fake news’
Recientemente la guerra en Afganistán ha vuelto a ocupar las portadas de los medios de comunicación tras las acusaciones hacia Rusia de Mike Pompeo, Secretario de Estado de los EE.UU, acusándola de recompensar a quienes abatieran tropas norteamericanas en el país de Asia del Sur.
Las propias palabras del Secretario de Estado fueron calificadas por el presidente como «fake news». Mientras Pompeo amenazaba a Rusia por las presuntas ‘recompensas’ la CNN citó fuentes de la Inteligencia militar norteamericana que acusaban a la red terrorista Haqqani, vinculada con Irán, de estar detrás del ataque a la base de Bagram el 11 de diciembre.
Tras la retahíla de acusaciones realizadas desde la secretaría de estado de los EE.UU y otros medios el Departamento de Defensa, en su último informe hecho público el 18 de agosto, zanja la polémica afirmando que los talibanes no llevaron a cabo ni un solo ataque contra las fuerzas estadounidenses o de la coalición durante tres meses (todo el periodo de primavera) un hecho destacable y sorprendente si tenemos en cuenta el repunte de la violencia contra las fuerzas de seguridad afganas desde la firma del acuerdo entre los EE.UU y los Talibanes singlado en febrero de este año.
Con todo este agotamiento múltiple, las partes encaran las negociaciones el Doha que marcarán el destino de una nueva Afganistán que no se parece en nada a los planes para el país puestos sobre la mesa hace veinte años, encaminados a definir los equilibrios de poder de una zona estratégica clave por la que los actores del teatro geopolítico mundial muestran interés como es el caso de China, quien ha incrementado recientemente su acercamiento a Pakistán aprovechando la escalada de tensiones con India con un ojo puesto en un aumento de su influencia en Afganistán.
Prof. Iván Martín y Ladera
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